EL HOGAR PUERTAS AFUERA
El hogar familiar no es sólo el habitáculo en que aparece y crece el niño; debe ser también el trampolín desde el cual el niño salta a la vida.
El hogar no puede ni debe ser avaro de la vitalidad que encierra; debe irradiar esa vida hacia la sociedad.
El niño nace, crece y se educa en el seno de una familia no para quedarse siempre en ella, sino, normalmente, para salir de ella y darse a la sociedad, ya sea constituyendo una nueva familia, ya continuando la tradición del hogar en que nació, ya fundando obras o empresas de benéfica influencia social, ya colaborando con las que otros fundaron; y todo eso en medio del mundo.
La familia tiene una configuración determinada y unos límites o linderos precisos, pero no para que ellos segreguen al hijo del mundo y de la sociedad, sino para que le introduzcan en él.
Cada familia no está aislada de las demás por el foso de un abismo ni separada por el muro de una incomunicación, sino unida con otras y con la sociedad por vínculos de carne y sangre, de solidaridad y necesidad.
La función básica de la familia es la de hacer al hijo ciudadano de una ciudad, ciudadano de la patria terrena, de una manera que le asegure poder estar después con los Santos en la gloria.
Los padres son un arco que lanza al hijo al espacio, como la flecha. Arco que sigue tenso después del disparo porque su misión no ha terminado. Con el extremo de su convexidad ha de estar dirigido hacia la parábola de aquella trayectoria del hijo, no para retenerlo, pero sí para apoyarlo si fuere necesario, para darle nuevo empuje si fuere preciso, para enseñarle de nuevo si su trayectoria se perdiera.
Por eso el hogar ha de ser no sólo escuela de virtudes personales, sino, además, escuela de virtudes sociales. No ha de enseñar al niño únicamente a vivir en sí y para sí, sino también a vivir en el mundo y para la sociedad.
La familia es para el niño el primer eslabón de su ligazón con el universo; debe ser, pues, también y al mismo tiempo, su primera escuela que le enseñe a relacionarse con el mundo y a proyectarse hacia él.
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El niño y el mundo
El niño, en los primeros cuatro años de su vida, es un gran solitario en medio del hogar; más que en el mundo, vive en sí mismo. Entre los cuatro y los siete años empieza a establecer contacto con el mundo que le rodea y con los demás seres. Más adelante, entre los doce y los dieciséis años, hay en la vida del adolescente como un nuevo descubrimiento del mundo exterior al que sigue la orientación definitiva de la vida.
Los padres deben procurar que la vida del hogar ayude y conduzca a su hijo en ese doble descubrimiento del mundo y que le facilite medios suficientes para irle conociendo suficientemente y saberse después situar en él.
El hogar moderno tiene a su disposición, para habituar al hijo a ese contacto con el mundo, muchos medios de que carecían las familias de hace un siglo no más: los diarios, las revistas ilustradas, la radio, la televisión, el cinematógrafo, internet últimamente han irrumpido en el hogar y han acortado las distancias que había entre él y el mundo.
Son elementos con los que hay que contar al estudiar el ambiente real de las familias de hoy y los medios que tienen para introducir a los hijos en el conocimiento del mundo.
No se puede vivir de espaldas a esas realidades del ambiente familiar, y mucho menos cuando esas realidades son un arma de dos filos, las cuales tanto pueden ser de excelentes resultados, si se usan con discreción, como tener consecuencias fatales si no son sabiamente dirigidas por los padres.
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Los hijos y la calle
La calle es el puente entre la familia y el mundo. Dos aspectos tiene la calle: la calle jardín y la calle vía pública. Y bajo uno y otro aspecto interesa que el niño tome con ella un contacto gradual guiado por sus padres.
La calle jardín, las zonas verdes de que nos hablan los modernos urbanistas, ocupa desgraciadamente muy poco espacio en las modernas urbes. Ella es el medio de que el niño establezca contacto con el mundo naturaleza.
La calle vía pública es el medio de que el niño empiece a relacionarse con el mundo sociedad.
Ambas son el medio de que el niño sintonice su alma con el mundo patria.
Tanto desde el punto de vista de seguridad personal, como desde el aspecto psicológico y moral, estos primeros contactos del niño con la calle deben hacerse juntamente con los padres.
Los padres serán el ángel tutelar de los hijos para los peligros de la circulación; los padres serán los cicerones natos de sus hijos en esos primeros ensayos de turismo infantil; los padres sabrán apartar la vista del niño de las crudezas que la vida moderna saca a veces a la luz pública.
Hay que procurar que los niños conozcan bien su ciudad, no sólo un barrio o parte, sino toda, con sus monumentos, sus edificios históricos y artísticos y hasta su historia; así la amará más, así se empezará a educar en él el amor a la Patria.
El hogar familiar no existe en el aire, sino en una población determinada, y esa población tiene su influencia y no pequeña en la formación concreta del ambiente familiar.
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Los niños y los espectáculos
Las personas mayores acuden muchas veces a los espectáculos en virtud de una necesidad de divertirse, o lo que es lo mismo, de «verter fuera de sí lo que les estorba».
Bajo este punto de vista, los niños raras veces necesitan del espectáculo; tan pocas, que muy bien se ha podido decir que la mayoría de los espectáculos para niños se fundamentan en una de estas dos mentiras: en las ganas que tienen los padres de divertirse ellos, o en las ganas que tienen de que los niños vayan a su espectáculo para poder ir ellos al suyo.
Hay otro ángulo visual desde el cual se justifica mejor la asistencia de los niños a los espectáculos: es que éstos son una gran ventana al mundo que para aquéllos se abre.
Pero aun bajo este aspecto no se puede abrir inconsideradamente la mano. A los niños no se les debe llevar a espectáculos si no se garantiza que no tienen reparos de orden moral y que favorecerán su instrucción, su educación estética y elevación espiritual.
En otras palabras, los espectáculos deben recrear y no divertir.
¡Qué enorme disparate llevar a un niño a un espectáculo para que salga dos horas más tarde excitado y calenturiento y con el subconsciente lleno de imágenes turbadoras y el entendimiento desquiciado por las cosas a medio comprender!
Por eso los padres deben adoptar ante los espectáculos una prudente actitud de reserva cuando sus hijos son pequeños.
Deben seleccionarlos con rigor, no admitiendo sino los que moralmente carezcan de inconvenientes y sean positivamente aptos para poner a los niños en contacto saludable con el mundo.
Y deben, además, de ordinario, acompañar a sus hijos pequeños en el espectáculo, para poder observar y orientar las reacciones de éstos.
Pero no al revés, ¡por favor! Que no vayan los niños a acompañar a los padres en los espectáculos propios de ellos; allí sólo encontrarán una de estas dos cosas: el aburrimiento o el escándalo.
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La Televisión
La televisión ha irrumpido victoriosa en los hogares. Y al hacerlo, plantea serios problemas pedagógicos, a los que los padres no pueden dejar de prestar la debida atención.
La cuestión ha sido seria y detenidamente estudiada por muchos autores. A ellos remitimos.
Un solo peligro deseamos indicar aquí: la televisión acecha al mismo clima o ambiente familiar en su conjunto.
Si no se evita este peligro, él influirá eficazmente, y con signo negativo, en la educación de los hijos.
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Los periódicos y revistas en la familia
También con atracción fascinadora penetraron en el recinto del hogar los periódicos y las revistas.
También ellos tienen su parte, y no pequeña, en la plasmación de cada ambiente familiar concreto, y también con relación a ellos se impone por parte de los padres una actitud de discreción y mesura.
En primer lugar, hay que decir claro que ciertas revistas cuyas ilustraciones rayan de ordinario en lo pornográfico, y ciertos periódicos sensacionalistas que se complacen en airear los crímenes más repugnantes, las escenas más truculentas, las manifestaciones más morbosas de la miseria moral humana, deben tener por completo cerrada la puerta de acceso al hogar.
Cualquiera de estas publicaciones, si penetra en la familia, llegará fácilmente a manos de los hijos y producirá en su alma el más funesto impacto.
Tengan siempre presente los padres que el clima del hogar, donde se abren a la vida las delicadas flores de los hijos de tierna edad, debe ser un clima de invernadero en el cual no reciba daño alguno, sino saludable protección, el miembro más pequeño e inocente de la familia.
Pero no deben contentarse los padres con este criterio meramente negativo; deben positivamente procurar que en su hogar entren buenas revistas y periódicos que vayan poco a poco introduciendo a sus hijos en la vida real con criterio cristiano y formando su inteligencia y sentido estético.
Y deben asimismo procurar para sus hijos la lectura de revistas infantiles de orientación formativa y cristiana, que entretengan sus ocios, cultiven su imaginación y desarrollen en ellos el sentido del humor y de la alegría.
Complemento de estas revistas debería ser, dentro de lo posible, una pequeña pero selecta biblioteca infantil y juvenil, en la que los hijos encuentren buena orientación y un honesto esparcimiento y solaz.
En cambio, debe evitarse la lectura a todo pasto de novelas. Santa Teresa nos dice el mal que le hicieron a ella las novelas de aquel tiempo o «libros de caballerías». Además de gastar en su lectura «muchas horas del día y de la noche», y de hacerlo «escondida de su padre», absorbían o embebían de tal manera su espíritu, que «si no tenía libro nuevo no parece tenía contento». De ahí se siguió el enfriamiento de su primer fervor y el abrir su corazón a las vanidades del mundo.
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¿La voz de la sirena en casa?
Aunque mucho menos peligrosa que la televisión, la radio no deja de tener sus inconvenientes en el hogar para la recta formación del ambiente familiar y la educación de los hijos.
Si una sabia y prudente actuación de los padres sabe sortear esas dificultades, la radio puede llegar a ser incluso un elemento de formación importante para los niños. En caso contrario, puede ser para ellos una auténtica voz de sirena.
La radio coincide, con la televisión, en ser «un huésped admitido en la intimidad de la familia»; pero se diferencia de ella en que no acapara y polariza toda la atención de los que conviven en el hogar.
La radio se dirige a los oídos y deja libres los ojos, y, por consiguiente, las manos de los radioescuchas; no impide, por tanto, ni el trabajo manual, ni las comidas en familia, ni el trajín femenino de cada día. La televisión, en cambio, al atraer y retener la mirada, impide toda otra actividad, no se compagina con la comida en común, corta la conversación; en una palabra: hace que los telespectadores coexistan más que convivan, mientras están ante la pantalla.
A pesar de ser menores los peligros en la radio, no faltan algunos. Siendo la radio un huésped admitido en casa, en los hogares donde hay niños no se deben escuchar programas en los que se dicen cosas que ningún huésped sensato diría ante los niños.
Hay emisiones que aun para los mayores resultan escabrosas y que para los menores son sencillamente escandalosas. En un hogar con niños deben eliminarse: es un sacrificio más que lleva consigo la dignidad de padre o madre de familia.
Pero en las mismas emisiones infantiles hay a veces cosas totalmente inconvenientes.
Para estas sesiones infantiles deben distinguirse las edades de los niños. Para niños de seis a diez años cumplidos deben evitarse las historietas y cuentos en los que se exalte o se presente con simpatía al niño rebelde.
El tipo extraordinario bueno, pero de virtud falsa y fingida, debe también evitarse porque hace antipática la virtud.
Merecen también desaprobación las historietas, cuentos y chistes en que no queden en buen lugar de estimación y respeto la autoridad de los padres, maestros, sacerdotes y, en general, las personas mayores constituidas en autoridad.
Hay que desaprobar todo aquello que sea picaresco o incorrecto en materia sexual; los chistes y canciones de esta clase, dejan huellas indelebles en el alma del niño.
Para niños de diez a catorce años cumplidos las novelas en las que se exalta el odio, la venganza, el tomar la justicia por su propia mano, o donde aparezca atrayente la figura del criminal, son dignas de desaprobación. Asimismo lo son las escenas terroríficas y licenciosas y aquellas historietas que fomentan los malos hábitos o vicios: la vagancia, el alcoholismo, la afición a lo ajeno, etc.
El temor de Dios y el respeto a las cosas religiosas, las verdades de la religión, etc., deben quedar en el lugar elevado que les corresponde en el ánimo del niño.
Los relatos que dan a conocer los vicios de una clase social, despertando sentimientos de envidia, rencor o venganza, no convienen a nadie y mucho menos a los niños.
Está reñido con la verdadera educación el representar al niño pobre siempre bueno y generoso, y al rico siempre duro y malintencionado; al patrono siempre explotador y al pobre siempre odiado por el rico, etc.
Evidentemente, no todas las emisiones se adaptan a estas exigencias. ¿Qué hacer, pues? La solución está en que los mandos de los aparatos de radio no estén en manos de los niños. Normalmente deben los padres, uno de ellos, estar con los hijos cuando se oye la radio en familia. Pues bien, si ve que la emisión se va orientando de manera inconveniente, lo mejor es que, con cualquier pretexto, el padre o madre busquen otra emisora, evitando de esta manera ese escollo para la educación de los hijos, haciendo callar la voz de la sirena para que se imponga la voz del buen sentido.
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Inconsciencia de muchos padres en estas materias
La Iglesia no se opone por sistema a los espectáculos ni a los medios de recreación; lo que reprueba es que se pongan muchas veces al servicio del mal y que se conviertan en instrumento de corrupción de las almas inocentes.
Los padres cristianos deben en esto sentir con la Iglesia y obrar en consecuencia, cerrando los ojos y el corazón a todo lo que en la prensa, en el film y en los espectáculos ofende el pudor y viola la ley moral, pero no sólo para ellos personalmente, sino para las familias.
Desgraciadamente no siempre sucede así. Hay padres que parece han perdido totalmente el sentido de responsabilidad en esta materia. Su actitud la hemos calificado de inconsciencia, pero esta calificación es demasiado benigna.
Pío XII la califica mucho más certeramente de «inconcebible aberración».
Cuando se piensa, por una parte, en las nauseabundas crudezas y desvergüenzas que se muestran en los periódicos, en las revistas, en la pantalla, en los escenarios y, por otra parte, en la inconcebible aberración de los padres que van con los hijos a deleitarse en semejantes horrores, el rubor sale a las mejillas llenas de vergüenza y desdén (Discurso a los predicadores cuaresmales de Roma, 23-3-1949).
Aun sin llegar a tamaña aberración, hay otros padres que se muestran inconscientes al creer que lo que ellos pueden ver sin peligro de su conciencia lo pueden ver igualmente sus hijos pequeños, olvidando aquella sabia norma del mismo Papa Pío XII, según la cual se necesita que los espectáculos sean proporcionados al grado de desarrollo intelectual, emotivo y moral de cada una de las edades.
Si los padres no tienen esto presente en lo referente al uso de la radio, televisión, revistas, etc., en el hogar, no abriguen la menor duda de que estos modernos inventos (introduciendo dentro de las paredes mismas de la casa una atmósfera envenenada de materialismo, de necedad y de hedonismo) inficionarán el ambiente familiar, que resultará por ello pernicioso para la educación y formación de sus hijos (Ver Pío XII, Carta al Episcopado Italiano sobre la Televisión, del 1-1-1954).
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Hemos dicho al principio que el hogar o el ambiente familiar ha de introducir poco a poco al niño en el mundo. Evidentemente, nos referíamos al mundo físico, social, cultural, político, patriótico e incluso internacional; pero en manera alguna a ese mundo de lo pasional y sensual, de lo naturalista y rastrero, que es el mundo enemigo del alma.
Ahora bien, si los padres no ejercen una prudente y saludable censura en esos modernos medios de difusión del pensamiento y la imagen, sucederá que eso que llamamos «mundo» en sentido peyorativo, ese espíritu mundano anatematizado por Cristo, se introducirá insensiblemente en el ámbito del hogar y se apoderará de él con gravísimo quebranto para las almas infantiles.
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Los diques del hogar
Está presente en la conciencia de todos las terribles catástrofes de tantos pueblos, cuando las aguas del lago construido río arriba, que si hubieran salido poco a poco por su cauce normal hubieran sido una fuente de energía, de riqueza y de vida, precipitándose por el boquete que el dique dejó abierto al romperse, sembraron en el pueblo y su campiña la muerte, la desolación y la miseria.
Algo parecido puede suceder con las familias. Estas, aunque están unidas al mundo y son un puente por el que el niño pasa para llegar al mismo, tienen la misión de hacer que ese contacto con el mundo sea lento, gradual y progresivo, a fin de que no destroce las almas infantiles sino que sea una fuente saludable de energías.
Por eso Pío XII nos habla de unos diques saludables con que la sana educación protege a la tierna edad de los hijos para que puedan adquirir la virtud necesaria antes de afrontar las tempestades del siglo (Encíclica Miranda prorsus, sobre el cine, radio y televisión, del 15-IX-1957).
Esos diques son las prudentes precauciones que hay, que adoptar para que el ambiente familiar sea puro, sano, noble y elevado; y para que no conozca más malicia del mundo que la que en cada edad puede con suficientes fuerzas resistir.
Pero los indicados medios modernos, usados sin consideración por los niños, pueden ser un verdadero caballo de Troya que, introducido alegremente, lleve la muerte a sus almas.
En efecto, al poner en contacto directo la intimidad del hogar con las brillantes y a veces fascinadoras realidades de ese gran mundo, pueden —lo dice el Papa-— minar esos diques saludables y abrir una brecha por la que penetrarán como en alud devastador las impetuosas aguas del mundo con sus miserias y sus escándalos, sembrando en las almas infantiles la corrupción, el desenfreno y la muerte.
Padres y madres de familia: si queréis ser buenos educadores y no verdugos de las almas de vuestros hijos, sed los sabios constructores, y los vigilantes guardianes de esos diques que transformen las aguas del mundo en elemento generador de energía y de vigor para vuestros hijos e impidan que pasen devastadoras y arrolladoras por su vida dando rienda suelta a sus pasiones y ahogando todo sentimiento generoso.
