Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 29

Nuestra Señora del Sagrado Corazón

La última palabra, parece, de las misericordias del Sagrado Corazón de Jesús y del aliento que concedió a nuestro pobre siglo, es Nuestra Señora del Sagrado Corazón, tan bondadosa, tan misericordiosa, la esperanza de los desesperados.

No nos desviaremos de nuestro asunto, pero más bien añadiremos un complemento necesario, terminándolo con una pequeña conferencia sobre Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

Expongamos aquí simplemente, siguiendo siempre a nuestra Santa como guía, unos pensamientos de mucho aliento, muy oportunos para realizar fácilmente nuestros más caros deseos. Piadoso lector, que hasta aquí nos has seguido, ¿Qué deseas principalmente? Honrar al Corazón de Jesús y a su Madre María; trabajar por la conversión de los pobres pecadores; cooperar, de tu parte a la obra de la reparación. Pues bien, digo que por medio de Nuestra Señora del Sagrado Corazón llegarás a todos estos fines de la manera más segura y más dulce, suaviter et fortiter. Ella te conducirá maternalmente, por el corazón y con toda suavidad. Verás y sentirás, por la más dulce experiencia, que avanzas más abandonándote a su dirección, por la gloria de Dios, tu propia santificación y la salvación de tus hermanos, que por todos los demás medios que puedas emplear.

I. NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN Y EL CULTO A MARÍA

Por medio de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, llenamos para con María, del modo más excelente, los cuatro fines de la virtud de religión. La honramos y le damos gracias por medio del Corazón de Jesús, que se hace órgano de nuestro culto hacia Ella; imploramos sus gracias y nuestro perdón por los títulos que más conmueven su Corazón; pues invocándola como soberana del Corazón de Jesús, la invocamos como Reina del amor y de la misericordia, que no puede dejar de ejercer para con nosotros este doble atributo tan glorioso.

Y desde luego, qué alabanzas más perfectas, qué acciones de gracias más persuasivas podremos ofrecer a María, que las del Corazón de Jesús, a quien nos unimos para honrarla.

En una fiesta de María, Santa Gertrudis cantaba, unida al Corazón de Jesús, el oficio de la gloriosa Reina, vio ella entonces a Jesús atrayendo hacia su Sagrado Corazón las alabanzas que encierran los Salmos, y que de su Corazón se dirigían, como olas impetuosas, hacia la Bienaventurada Virgen, su Madre. Al llegar a la antífona Toda hermosa eres, la Santa se esforzó en cantar estas dulces palabras por el Corazón mismo de Jesús, en memoria de los cariñosos llamamientos y alabanzas filiales que Él mismo debió prodigar, en semejantes términos, a su Madre amada, durante su vida mortal. Entonces brillantes estrellas brotaron del Corazón de Jesús e inundaron con su brillo a Nuestra Señora: ellas figuraban estas alabanzas. Algunas caían aquí y allá al suelo. Los Bienaventurados habitantes del cielo las recogían y las presentaban a Jesús, con los testimonios de una admiración y de una alegría indecible. Gertrudis comprendió con esto, que las alabanzas que el Corazón de Jesús da a Nuestra Señora, son, para los Santos, una fuente de indecible gloria y felicidad.

Al mismo tiempo, los ángeles, uniendo sus voces a los himnos de las hermanas de Gertrudis, decían: Quae est ista? (¿Quién es ésta?). Y con una voz alta y poderosa, Jesús respondía: “Es la más bella de las hijas de Jerusalén”. Esta voz partía del arpa divina del Corazón de Jesús, y el Espíritu Santo parecía mover sus cuerdas para que celebrasen dignamente las glorias de María.

Ebria de felicidad, María se inclinó sobre el Corazón de su Hijo amantísimo y pareció gustar allí la paz de un dulce sueño; pero al canto de la estrofa O Gloriosa Domina, se levantó como para responder al llamamiento de sus hijas, y extendió sobre ellas sus manos, en señal de maternal benevolencia, como para decirles que, teniendo todo poder sobre el Corazón de su Hijo, ella las protegería eficazmente contra sus enemigos.

A ejemplo de Santa Gertrudis, con una profunda humildad y una confianza filial, honremos a aquella que es nuestra Madre, así como es la Madre de Jesús; por medio del Corazón de su divino Hijo, demos gracias a María, roguemos a María, pidamos perdón a María por el Corazón de Jesús; todo lo que hagamos por medio de Él será perfecto; mientras más sintamos nuestra indignidad y nuestra impotencia en honrar a esta gran Reina, más debemos creer que en Jesús todo lo podemos. Ofrezcamos a María el Corazón de Jesús y nuestra ofrenda será bien acogida, nada faltará a nuestra devoción.

Citemos otro ejemplo de nuestra querida Santa en que podremos ver que María aceptaba los favores que ella le ofrecía por medio del Corazón de Jesús, con mayor condescendencia que todos los demás: era la fiesta de la Natividad; Gertrudis, obligada a guardar cama por enfermedad, veía a los ángeles de sus hermanas ofreciendo piadosos cánticos a la Reina del cielo bajo la forma de ramos verdes.

Dijo Gertrudis: “¡Ay! Mi dulce Madre, ¿por qué he de ser indigna de asociar mi voz a la de mis hermanas?”

Respondió Nuestra Señora: “No te aflijas, tu buena voluntad compensa estas pérdidas aparentes. Ninguna práctica exterior podrá, en efecto, agradarme tanto, como la intención, que veo en tu alma, de alabarme, según tu costumbre, por medio del Corazón dulcísimo de mi Hijo. Para probártelo quiero ofrecer yo misma, en tu nombre, a la Trinidad Santa, una rama cargada de flores y de frutas, y las Tres Personas Divinas quedarán encantadas con mi ofrenda”.

Jesús nos ofrece, a nosotros también, su divino Corazón para que nos sirva para honrar a María. Desea ardientemente que obremos de esta forma; que le procuremos la más viva alegría; y Él quiere atestiguarnos su reconocimiento. Escuchemos todavía: Durante el mismo oficio, a la antífona ¡Oh! ¡Cuán hermosa eres!… Gertrudis cantó interiormente estas palabras, dirigiéndolas a María por el mismo Corazón de Jesús. Nuestro Señor le demostró, por una graciosa inclinación de cabeza, que esta devoción le agradaba, y añadió: “Cuando llegue la hora, te devolveré la gloria que das ahora, en mi Nombre, a Mi carísima Madre”.

¡Oh ternura!, ¡Oh alegría!, ¡Oh amor!, quiero perderme en el amor del Corazón de Jesús y del Corazón de María. ¡Oh! Nuestra Señora del Sagrado Corazón, toma mi corazón, únelo al Corazón de Jesús, guárdale para siempre las delicias de tu Corazón maternal.