Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 21

La víctima de deseos

Completemos lo que dijimos más arriba sobre la víctima de deseos, haciendo ver cuán agradable es al Sagrado Corazón de Jesús, que admite como la obra, su buena voluntad. Hacemos de esto un capítulo especial, aunque ya hablamos de esto en otras partes, porque es una de las formas especiales de la espiritualidad de Santa Gertrudis, y una mina particular de riquezas espirituales, fáciles de explotar para los Amigos del Sagrado Corazón. Y nos parece muy particularmente útil en esta época de pruebas, en que las almas de buena voluntad parecen estar cautivas, en cierto modo, y reducidas a vivir una vida de deseos que no pueden ejecutar exteriormente, nos parece particularmente útil hacerles ver que la Víctima de deseos no es menos agradable a Nuestro Señor, que pueden obtener ante Él los mismos méritos que los santos de otros tiempos, que tanto hicieron por su causa, que pueden obtener de Él para su Iglesia una abundancia de gracias proporcionada a sus deseos.

I. JESÚS EJECUTA LOS DESEOS DE SUS AMIGOS, SEGÚN SU EXTENSIÓN

Rezando Santa Gertrudis en el oficio (L. 2), el verso Salvum fac populum tuum, con ardiente deseo de que el Señor concediese una abundante bendición a toda la Iglesia, dijo el Salvador: «¿Qué quieres que haga al respecto? Yo me abandono ahora a tu voluntad, de un modo tan absoluto como me abandoné a la de mi Padre sobre la cruz. Distribuye, pues, en virtud de mi Divinidad, todo lo que quieras y tan abundantemente como lo desees.»

Tierno cumplimiento de la promesa divina: Dios hará la voluntad de los que le sirven. Voluntatem timetium se faciet! ¡Qué motivo de confianza! ¡Qué consuelo para la Víctima de deseos!

Santa Matilde, escuchando cantar en la misa: Omne genu flectatur, etc., expresó a Nuestro Señor este deseo: «¡Oh! si pudiera yo ahora, cómo te haría adorar humildemente, mi más Dulce y Fiel Amigo, por el Cielo, la tierra y el infierno con todas las criaturas!”

El Señor respondió con bondad: «Pídeme que Yo mismo realice tu deseo, pues en Mí está contenida toda creatura; ofreciendo a mi Padre los diversos tributos de la religión, suplo por todo lo que falta a las criaturas en el cumplimiento de estos deberes. Es lo que quiero hacer ahora a invitación tuya, para realizar tu deseo; mi Bondad no puede sufrir que el deseo de un alma fiel, que no puede ser ejecutado por ella misma, quede imperfecto”.

Aquí vemos bien lo que es la Víctima de deseos, aceptada por el Corazón de Jesús y consumada con Él en el sacrificio de la alabanza; su deseo es universal, abrazando en su extensión el Cielo, la tierra, el Infierno y toda criatura; su deseo es perfecto, porque el Corazón de Jesús suple por lo que pudiera faltarle; su deseo se encuentra realizado por la Bondad omnipotente de Jesús, que la hace eficaz.

lI. JESÚS CUENTA COMO OBRAS REALIZADAS LOS DESEOS DE SUS AMIGOS

Es el título de uno de los capítulos de Santa Matilde. Santa Gertrudis establece también como principio que con Nuestro Señor «la voluntad es aceptada por el hecho”. Rogando un día, por una persona que no podía terminar un trabajo que le habían mandado, el Señor la instruyó, diciéndole: «El buen deseo de este hombre, que emprende este trabajo para que se cumpla mi Voluntad, a pesar de las dificultades que encuentra, me es muy agradable, y lo acepto de buena voluntad como el hecho mismo. Aunque no pueda llevarlo a cabo, le otorgaría la misma recompensa como si lo hubiera realizado”.

El Corazón de Jesús puede aún encontrar más gloria en un deseo cuya realización sacrificamos, que en la satisfacción que tendríamos de verlo realizado. Santa Gertrudis, al acercarse una gran fiesta, se sentía enferma y ofrecía a Nuestro Señor el deseo de celebrar bien esta fiesta; ella le pidió que no se lo impidiera por la enfermedad, entregándose sin embargo, a su voluntad, de un modo especial. El Señor le respondió:

Si te doy lo que deseas, Yo te seguiré al jardín de las flores que prefieres, pero si lo sacrificas a mi Voluntad, tú serás quien me sigas al jardín de delicias en que más me complazco; pues me complaceré más en ti si tienes el deseo y el dolor, que si alcanzas la devoción y el placer”.

Otro ejemplo: la Santa, un día, con un gran deseo del amor divino, decía al Señor:«¡Oh! ¡Quisiera consumirme en un amor tan ardiente que mi corazón podría derretirse y perderse enteramente en Ti!»

Y Jesús responde:» Tus deseos son este fuego que derrite tu alma para que mi Amor la absorba en mi divino Corazón”.

Esta respuesta le hizo comprender que la buena voluntad asegura al hombre todo el exito de sus deseos que tienen a Dios por objeto.

Santa Matilde se preparaba para la Comunión, cuando el Señor le dijo: «Ofréceme en tu corazón un deseo que encierre todos los deseos y todo el amor que los hombres jamás hayan podido ofrecerme, y aceptaré este deseo de tu corazón como si realmente tuvieras un amor tan intenso y tan extenso”.

¡Oh dulcísimo Jesús, cuán bueno y liberal es tu Corazón! Te contentas con la preparación de nuestro pobre corazón y escuchas plenamente sus deseos: Desiderium pauperum exaudivit Dominus! ¡Oh, haz que siempre tratemos Contigo según la liberalidad de tu generoso Corazón! ¡Que midamos nuestra confianza en Ti con tu Bondad y no con la nuestra! ¡Oh! sí, ensanchemos nuestro corazón con santos deseos: por ellos llegamos a ser, en cierto modo, omnipotentes, ya que ofrecemos a Dios un amor tan intenso, tan extenso como queramos; podemos ejercer el celo por nuestros hermanos con todo el ardor y toda la universalidad que queramos; podemos, de algún modo, dar a Dios la misma gloria y merecer de su liberalidad las mismas recompensas que los santos que tanto lo amaron; que los Apóstoles y que tantas almas le ganaron. Recordemos que muchos santos no llegaron a ser tales más que por los deseos y la preparación del corazón, como por ejemplo, S. Juan Berchmans, el venerable padre De la Colombiere, el beato Pedro Fabro, etc.

lII. REPARACIÓN POR MEDIO DE LOS DESEOS

Los deseos, cerca del Corazón de Jesús, pueden aún producir un efecto retroactivo y servir perfectamente en la vida de reparación.

«Un día, Santa Matilde rezaba por una persona afligida que no podía contener sus lágrimas; había derramado tantas durante cinco años que, sin la ayuda de la divina Misericordia, habría perdido la vista o el sentido. A las insistentes súplicas de la santa, el Señor le concedió al fin la libertad de esta pobre alma, y ​​añadió: «Dile, de mi parte, que me ruegue que Yo tenga la Bondad de transformar todas estas lágrimas como si las hubiera derramado por un sentimiento de amor o contrición”.

Y la Santa al admirar esta Bondad del Señor, que quería cambiar las lagrimas tan inútilmente derramadas, en lágrimas santas, Jesús le dijo: «Que ella crea solamente en mi Bondad, y Yo obraré según la medida de su fe.»

Exclama aquí la redactora del libro de Santa Matilde: “¡Oh, maravillosa condescendencia de la divina Bondad! Tú que lees, que Dios, por medio de su amada, ha concedido tales gracias a los hombres, yo les aconsejo, que se las apropien; pues Dios escucha, como se dignó revelarlo, a aquél que se regocija de las gracias otorgadas a otros y que espera recibir gracias semejantes».

Podemos aplicar este efecto retroactivo de los deseos a todas las pérdidas que hemos sufrido en las oraciones y las buenas obras, como en las cruces. Todo lo que se ha hecho con miras imperfectas o puramente naturales, ofrezcámoslo al Sagrado Corazón de Jesús con un ardiente deseo y con plena confianza, para que a ello supla con la abundancia de sus méritos, como si todo hubiera sido hecho según su Voluntad divina, y Él se complacerá en reparar nuestras pérdidas, en llenar los vacíos de nuestra miseria, en completar nuestras obras, según la medida de nuestra fe.

Santa Gertrudis nos ha hecho encontrar en la vida de deseos un medio de reparación universal tan fácil para nosotros como glorioso para la Misericordia divina. Su práctica para la fiesta de la Epifanía muestra de un modo excelente cómo el deseo convierte en perlas preciosas las cosas más defectuosas, sea para nosotros o para el prójimo.

Gertrudis quería ofrecer a Nuestro Señor, presentes similares a los de los Reyes Magos, y no encontrando alrededor suyo nada que fuera digno de serle ofrecido, se puso a recorrer con un deseo inquieto toda la tierra, amontonando toda la falsa mirra, el incienso falso, el oro falso que allí pudo encontrar, es decir, todas las penas soportadas sin resignación a la Voluntad de Dios, todas las súplicas hechas con sentimientos que Dios no puede aceptar, todos los afectos que no están en orden. Transformando en su corazón todas estás cosas, por el ardor de sus deseos, como por el fuego en el crisol, las presentó a Nuestro Señor como mirra escogida, incienso de olor agradable, y oro precioso. Y el Salvador, aceptando con extremo gozo este trabajo de su esposa, recibió sus ofrendas enseguida; y colocándolas en su diadema real, como piedras preciosas, dijo a la Santa: «Aquí están las perlas que vienes a ofrecerme. Las acepto con tanto placer a causa de su rareza, que quiero llevarlas, como un recuerdo de tu amor extraordinario, en la diadema que ciñe mi frente, delante de toda la Corte celestial.»

¡Oh!, ¡qué excelente medio de reparación nos ofrece Jesús en estos medios que ha enseñado a su amada discípula, sea para nosotros mismos, sea para toda la Iglesia! Recojamos todas las inutilidades, todas las falsedades de nuestra vida, arrojémoslas con santos deseos en este horno de fuego del Corazón de Jesús, y todo allí se purificará, todo se transformará, todo nos será devuelto santificado, divinizado: excoquam ad purum scoriam tuam (Is., I, 25). Arrojemos allí también, por los deseos de una ardiente caridad, tantas súplicas, afectos, penas que no son para Dios en todo el mundo, y ofreceremos por medio de este Corazón divino, una gloriosa reparación al Dios celoso, a Quién todo debe dirigirse; procuraremos un dulce consuelo al Salvador que se queja de la inutilidad de su Sangre y de la pérdida de sus gracias; añadiremos, finalmente perlas preciosas a la corona de la Misericordia divina.