Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 15

Vida de acción de gracias

Completemos aquí lo dicho en otra parte sobre la acción de gracias y no temamos insistir sobre esta virtud sobresaliente en Santa Gertrudis. La acción de gracias es el primer fruto que Nuestro Señor nos invita a sacar de su Corazón divino, y también será el último himno que la Iglesia cantará con Él, al final de los tiempos.

I. DE CÓMO EL ALMA EUCARÍSTICA DEBE SOBRESALIR EN LA PRÁCTICA DE LA ACCIÓN DE GRACIAS

Su mismo título se lo recuerda, puesto que Eucaristía significa acción de gracias: al instituir la Sagrada Eucaristía, Jesús quiso multiplicar sus acciones de gracias hacia su Padre, tantas veces como hay y habrá hostias consagradas en el mundo, y uniéndonos a Él en la vida eucarística, quiere hacer de nuestro corazón el eco de la gratitud infinita de su divino Corazón, para Sí mismo y para nosotros. Para poder corresponder de lleno a sus intenciones, es preciso que la vida del alma eucarística sea toda una vida de acción de gracias. Nuestro Señor se complace en hacerle conocer, en la intimidad de la oración, todos los misterios de su Amor hacia ella, de su amor por los pecadores, y la invita a unirse a Él para pagar, en nombre de todos, esta deuda que casi todos olvidan, la deuda del reconocimiento. ¡Que ella sea, pues, reconocida, como el Corazón de Jesús y por el Corazón de Jesús; en unión con Él, sea en la Iglesia de Dios un órgano público de gratitud!

Parece que esta vida de acción de gracias debe tomar un mayor vuelo en este siglo, ya que la gracia de los últimos tiempos pareciera ser la efusión de espíritu eucarístico, es decir, espíritu de acción de gracias, spiritum gratiae. Conviene, además, que al fin de los tiempos, el mundo cante más alto el himno de gratitud al Autor de todos nuestros bienes, para que los agradecimientos de la criatura coronen la serie de beneficios del Creador.

II. ACCIÓN DE GRACIAS POR MEDIO DEL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS

¿Qué devolveré yo al Señor por todos sus beneficios? Exclama el alma eucarística con el Rey-Profeta. El me lo dio todo y se dio a Sí mismo; ¿Qué puedo darle como equivalente o digno de Él? ¿Qué encontraré en mis tesoros que no tenga un valor infinitamente menor que la gota más mínima de la Sangre adorable que por mí derramó? Verdaderamente, no tengo nada que pueda ofrecerle. Pero el buen Jesús, movido a compasión al ver mi pobreza, me da su Corazón Eucarístico para que sirva, de órgano a mi reconocimiento, para que se lo ofrezca a Él mismo como un regalo de valor infinito. Por medio de Él, devuelvo a Dios tanto como Él me dio y aún más, como lo prescribe la ley del reconocimiento; pues todos los bienes que me ha dado, no he podido recibirlos ni puedo poseerlos sino de un modo finito, mientras que el bien que le ofrezco a través del Corazón Eucarístico de Jesús es verdaderamente infinito. Así, cumplo con el deber de la gratitud en toda su perfección; devuelvo a Dios más de lo que me ha dado; le doy algo gratuitamente.

III. ACCIÓN DE GRACIAS POR TODO

1. Aún por las más pequeñas cosas:

«Tú sabes, Dios mío, exclama Santa Gertrudis, la razón de mi tristeza más amarga, mi mayor confusión: es mi infidelidad, mi irreverencia, mi ingratitud en el uso de tus beneficios. Sí, aunque no me hubieras dado Tú, tan grande, a mí tan indigna, más que un hilo de estopa, debería yo darte más reverencia y amor que los que he dejado de darte por tantas gracias”.

He aquí los sentimientos que deben animar al alma eucarística en su reconocimiento hacia Dios; humildad, reverencia, amor, fidelidad, buen uso de las gracias recibidas. Revístase de estas disposiciones en la recepción de gracias, incluso las más pequeñas, para darle a su gratitud toda la delicadeza y toda la profundidad que conviene a nuestra bajeza extrema y a la infinita nobleza de nuestro adorable bienhechor.

2. Hoc facite en meam commemorationem:

Santa Matilde preguntó al Señor qué cosa le agradaba más del hombre: Él respondió

Que medite con profundo reconocimiento y guarde un perpetuo recuerdo de todas las penas e injurias que sufrí durante treinta y tres años, en qué miseria viví, qué afrentas tuve que soportar de parte de mis criaturas, y finalmente, cómo sufrí en la cruz, muriendo con la muerte más amarga por el amor del hombre, para rescatar su alma con mi preciosa Sangre y hacer de ella mi fiel esposa. Que cada uno sienta por todos estos beneficios, tanto afecto y reconocimiento como si hubiera sufrido solo por él» (I, 18).

Oh! ¡Que el alma eucarística se aplique bien estas palabras! He aquí lo que más agradará en ella a Nuestro Señor: que guarde siempre en su presencia, el recuerdo y el reconocimiento de sus beneficios. Dado que la Eucaristía es el memorial de la Pasión, es preciso que el alma eucarística lo tenga siempre presente, para dar gracias a Dios por tanto amor, en nombre propio y en el de nuestros hermanos. Oh! ¡Que ella dé fiel, constante y perfectamente a Nuestro Señor lo que su divino Corazón más desea, el reconocimiento; que lo consuele perfectamente de aquello que más le ha hecho sufrir, la ingratitud! Que así conserve siempre el vivo recuerdo del Dios de la Pasión y de la Eucaristía, y cumpla plenamente la suprema recomendación de su amor: Hoc facite in meam conmemorationem! ¡Haz esto en memoria mía!

3. La acción de gracias por nuestras penas:

Hay muy a menudo, en las penas que Nuestro Señor envía al alma eucarística, varias intenciones de ternura y de delicadeza divinas que parecen superarse mutuamente, y que deben excitar en ella una creciente gratitud. Lo vemos de un modo conmovedor en el ejemplo de Santa Gertrudis. Nuestro Señor le demuestra que por medio de las penas que le envía, quiere desprenderla de todas las criaturas y atráela exclusivamente a Sí. En una ocasión similar le dijo:

«Me encanta hablar contigo, y he querido así gozar más largo tiempo de esta felicidad. La madre de un niño amado con ternura, que desea siempre tenerle cerca de ella, coloca, cuando él se aleja para irse a jugar con sus camaradas, algún espantajo en la vecindad, para asustar al niño, que pronto corre a refugiarse en su seno. Así, como Yo deseo tenerte siempre a mi lado, permito que las criaturas te sean motivo de pena, para que vengas hacia Mí y descanses sólo en Mí”. (III, 63).

En segundo lugar, Jesús la inunda de consuelos, en medio de estas penas, para manifestar la ternura de su Corazón divino y provocar en ella una mayor gratitud; para este propósito quiere que estas penas sean suavizadas por la unción de su gracia, para que parezcan a Gertrudis mucho más ligeras que las penas soportadas por sus Hermanas y de este modo la Sabiduría divina hace de estas penas «un adorno delicado, en el que las flores de la humildad vienen a unirse a las de la paciencia para realzar su brillo”.

En tercer lugar, la Santa, entregándose a los transportes de su gratitud por estas tan tiernas atenciones del Corazón de Jesús, ve que todas estas delicadas flores se transforman y convierten en oro macizo, y el Señor le hace comprender que la acción de gracias por las penas, aún las ligeras, que su amor nos envía, suple por lo que falta a la eficacia de estas penas y les da un gran valor, comparable al del oro puro.

En cuarto lugar, finalmente, el Salvador la inspira a ofrecerle todas estos penas por la salvación de sus hermanos, y haciéndolo la Santa con nuevos testimonios de acción de gracias, Jesús recibe su sacrificio con tanta complacencia, que perdona, por amor por ella, a una innumerable multitud de pecadores.

¡Alma eucarística, aquí está la ternura del Corazón de Jesús hacia nosotros! ¡He aquí lo que son tus penas delante de Él! ¡He aquí el valor de la acción de gracias!

4. Calicem salutaris accipiam:

“Santa Gertrudis, en la Santa Misa, en el momento de la elevación, ofrecía al Señor el cáliz de la Preciosa Sangre de Jesús en acción de gracias por todos sus beneficios, y al instante, sintiendo que en esta ofrenda debía ella unirse a los sentimientos del Corazón de Jesús, se prosterna con el rostro en tierra y dice al Padre celestial: ‘Me ofrezco con Jesús a todo lo que contribuya a tu gloria’.

Al momento, el Salvador viene a prosternarse a su lado, diciéndole: “Yo formo una sola cosa con esta alma».

Reanimada completamente con estas palabras, Gertrudis le dice: «Sí, Señor, soy toda tuya.”. Y el Señor replicó: “Me he unido a tí tan estrechamente por los lazos de mi amor, que sin ti no puedo vivir feliz’.” (III, 5).

Alma eucarística, ¿quieres que Jesús tenga sus deleites en ti, quieres hacerlo feliz tanto como puedas?, ¿quieres atestiguarle un reconocimiento perfecto? Bebe de su cáliz, este cáliz en el cual Él bebió primero y que te ofrece ahora en señal de amistad; comparte los dolores y las tristezas de Su Corazón divino, verdadero cáliz de amarguras del cual Jesús quiere derramar hasta las heces en el corazón de sus amigos. Es preciso que hasta ahí llegue tu reconocimiento. Jesús nos amó con el más sincero y serio amor, con el amor más abnegado, con el amor más tierno y más constante, porque bebió a grandes tragos el cáliz de los padecimientos y de las humillaciones; es preciso que nuestro amor se parezca al suyo; es preciso que la gratitud deba pagarle del mismo modo: cogita quoniam oportet te talia praeparare.

IV. ACCIÓN DE GRACIAS POR TODOS

Ya mostramos en varios lugares a Santa Gertrudis cumpliendo, en nombre de todos, el deber de la acción de gracias; también vimos de qué modo, al dar gracias por los santos, ella nos enseña a apropiarnos de sus méritos y virtudes.

V. ACCIÓN DE GRACIAS PERPETUA

Semper et ubique gratias agere:

La Iglesia nos invita en el momento en que la Víctima eucarística aparecerá sobre el altar: a dar por medio de esta dulce Víctima, gracias a Dios en todo lugar y para siempre. Es lo que necesita el alma eucarística. Su deuda de reconocimiento la agobia; le parece que la eternidad no será bastante larga para pagarla. No sólo quiere pasar toda su vida allí, también invita a sus hermanos para que la ayuden a ofrecer continuamente este himno de acción de gracias a Dios.

Exclama Santa Gertrudis: «Impotente, oh Señor, para bendecirte tanto como quisieras, llamo en mi ayuda a todas las criaturas. Te ruego colmes de beneficios a aquellos que me ayudan, aunque sea con un suspiro, a pagar mi deuda de reconocimiento”.

Y ella obtiene, por el ardor de los deseos de su corazón agradecido, que cualquiera, incluso un pecador, que hasta el fin de los siglos dé gracias a Dios por Gertrudis, no terminará su vida actual sin que Dios le haya convertido o llevado a una santidad más perfecta.

VI. ACCIÓN DE GRACIAS CON TODOS

Exclama Santa Gertrudis (I, 113):«Por todos tus beneficios, oh Dios amantísimo, que eres todo amor para los hombres, te ofrezco mis acciones de gracias en unión con aquella acción de gracias recíproca que existe entre las adorables Personas de la Santísima Trinidad, en unión con las acciones de gracias de Jesús y de todas las criaturas racionales e irracionales.”

Dígnate llenar por mí este deber de acción de gracias, ¡oh Jesús mío tan amado!, en toda la extensión de la justicia. Alaba a tu Padre en mí y por mí, con todo el poder de tu Divinidad, con todo el afecto de tu Humanidad y en nombre de la universalidad de los seres (Ejercicios, p. 220).

Luego llama a todas las criaturas para que canten con ella el himno de acción de gracias, sirviéndose de los Salmos de Laudes, que expresan tan bien todos estos sentimientos y añadiéndoles todo lo que puede inspirar el reconocimiento más vivo y tierno. Se puede utilizar con gran provecho en esta materia, el libro de los Ejercicios de Santa Gertrudis, donde hay un ejercicio particular para la acción de gracias.

VII. TRES FRUTOS DE LA ACCIÓN DE GRACIAS

Hay para el alma eucarística, en la práctica de la acción de gracias, tres minas inagotables de riquezas espirituales que ella puede explorar para sí misma y para la Iglesia:

1. Aquél que agradece a Dios las gracias otorgadas a otro y espera recibirlas de manera similar, las obtendrá.

2. Agradeciendo a Dios por todas las gracias que los demás no quisieron recibir, merecemos recibirlas nosotros mismos y ganamos, según la recomendación del Evangelio: colligite fragmenta ne pereant, recoged lo que han dejado.

3. Agradeciendo a Dios por todas las gracias que los otros no hicieron buen uso: las cruces, los sacrificios, etc., nos las apropiamos, como si nosotros mismos las hubiésemos usado bien (1).

VIII. DOS DELICADEZAS DE LA ACCIÓN DE GRACIAS

1. Jesús desea más atestiguar el reconocimiento que recibirlo. Dejémosle obrar, colmarnos de sus gracias, para poder hacer mucho más por Él y que tenga Él, la eterna alegría de atestiguarnos su reconocimiento.

2. Los miserables tienen el reconocimiento más vivo, al igual que los desgraciados; regocijémonos, pues, de nuestras miserias, que darán más brillo a los beneficios de Jesús y nos excitarán a una mayor gratitud. Libenter gloriabor en infirmitatibus meis!

NOTA DEL AUTOR:

(1) Recordemos que todo esto se entiende en proporción a nuestras disposiciones y de nuestra cooperación.