FIESTA DEL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS

JUEVES DENTRO DE LA OCTAVA DE SAGRADO CORAZÓN

Esta fiesta fue instituida por Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, con fecha 9 de noviembre de 1921, y concedida a ciertos lugares. Tiene por objeto celebrar la Sagrada Eucaristía como el don más preciado del Sagrado Corazón de Jesús y animar a los fieles a comulgar con frecuencia y con inflamada devoción, para pagar así amor con amor.

«La razón particular y el objeto de esta fiesta, que tiene su Oficio y Misa propios, es conmemorar el amor de Nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía. Quiere la Iglesia por este medio excitar más y más a los fieles a que se acerquen confiados a este santísimo Misterio, y que los corazones ardan cada día más y más en las llamas de divina caridad que abrasaban al Sagrado Corazón de Jesús, cuando, por su infinito amor, instituyó la Santísima Eucaristía, en que ese mismo Divino Corazón los guarda y los ama, viviendo y morando con ellos, como ellos viven y moran en Él. Porque en este Sacramento de la divina Eucaristía, Jesús se ofrece y se da a nosotros como víctima, y compañero, y alimento y viático, y prenda de la gloria futura» (Benedicto XV, 9 de noviembre de 1921. A.A.S.-13-1921-545).

custodia

(Ornamentos blancos)

Introito: Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin, aleluya, aleluya. – Cantad al Señor un cántico nuevo; porque ha obrado maravillas. Gloria al Padre…

Colecta: Oh Señor Jesucristo, que volcando las riquezas de tu amor para con los hombres, instituiste el Sacramento de la Eucaristía, danos la gracia de amar tu amantísimo Corazón, y de usar siempre dignamente de tan gran Sacramento. Tú que vives y reinas…

Epístola: (de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (3, 8-19): –Hermanos: a mí, el último de todos los fieles, se me ha dado la gracia de anunciar en las naciones las riquezas inescrutables de Cristo, y de descubrir a todos la dispensación del misterio, que después de tantos siglos ha estado en el secreto de Dios, creador de todas las cosas; con el fin de que en la formación de la Iglesia, se manifieste a los principados y potestades en los cielos, la sabiduría de Dios en los admirables y diferentes modos de su conducta, según el designio, que puso en ejecución por medio de Jesucristo nuestro Señor, por quien, mediante su fe, tenemos confianza y acceso libre a Dios. Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, el cual es principio y cabeza de toda la gran familia que está en el cielo y en la tierra; para que según las riquezas de su gloria os conceda por medio de su Espíritu el ser fortalecidos en virtud en el hombre interior y el que Cristo habite por medio de la fe en vuestros corazones, estando arraigados y cimentados en la caridad, a fin de que podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura y longitud, y la altura y profundidad de este misterio; y conocer también aquel amor de Cristo hacia nosotros, que sobrepasa todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de la plenitud de Dios.

Gradual: Alégrate y canta, oh ciudad de Sión, que el Santo de Israel es grande en medio de ti. V. Haz saber a las naciones sus maravillas.

Aleluya: Aleluya aleluya. ¡Qué bondad y qué generosidad la suya! nos da el trigo de los elegidos, y el vino que engendra vírgenes, Aleluya.

Evangelio: (San Lucas, 22, 15-20) En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer. Porque os aseguro que no comeré más de ella, hasta que tenga cumplimiento en el reino de Dios. Y tomando una copa, dio gracias, y dijo: Tomad y repartidla entre vosotros; porque os digo que no beberé más el jugo de la vid, hasta que venga el Reino de Dios. Luego tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria mía. Lo mismo con la copa, después de cenar, diciendo: Este Cáliz es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, la cual será por vosotros derramada.

Credo

Ofertorio: ¡Oh cuán grande es, Señor, la dulzura que les tienes reservada a los que te temen! Aleluya.

Secreta: Protégenos, oh Señor, a cuantos te presentamos estas ofrendas; y para que nuestros corazones las acompañen con mayor fervor, enciéndelos con el fuego de tu divino amor. Por N.S.J.C.

Prefacio del Sagrado Corazón

Vere dignum et justum est æquum et salutare, nos tibi semper, et ubique gratias agere: Domine sancte, Pater omnipotens, æterne Deus. Qui Unigenitum tuum pendentem lancea militis tranfigi voluisti, ut apertum Cor divinæ largitatis sacrarium, torrentes nobis funderent miserationis et gratiæ, et quod amore nostri flagrare numquam destitit, piis esset requies et poeniténtibus pateret salutis refugium. Et ideo cum Angelis et Arcangelis, cum Thronis et Dominationibus, cumque omni militia cælestis exércitus, hymnum gloriæ tuæ canimus, sine fine dicentes:

Sanctus, Sanctus, Sanctus…

Verdaderamente es digno y justo, equitativo y saludable, que te demos gracias en todo tiempo y lugar oh Señor Santo, Padre todopoderoso y eterno Dios. Que quisiste que tu Unigénito pendiente de la cruz fuese atravesado por la lanza del soldado, para que su Corazón abierto, sagrario de tu divina liberalidad, derramase sobre nosotros los torrentes de la misericordia y de la gracia; y ya que nunca dejó de estar abrasado por nuestro amor, fuese para las almas piadosas un lugar de descanso, y un refugio de salvación abierto para los pecadores. Y por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de gloria, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo…

Comunión: He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo; así lo dice el Señor, aleluya.

Postcomunión: Después de haber sido saciados con los dones divinos de tu Corazón, te pedimos, oh Señor Jesucristo, nos concedas la gracia de merecer perseverar siempre en tu amor e ir creciendo en él hasta el fin de la vida. Tú que vives y reinas…

 

 

¿QUÉ HACE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO?

sagrario

El CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ ESCUCHANDO

Pregunto de nuevo al Evangelio, el gran descubridor de los secretos del Sagrario, y me responde que ésa es otra de las constantes ocupaciones del Corazón de Jesús en él.

¡Escuchar siempre! Yo invito a los hombres, a quienes aún les queda un poquito de corazón para sentir y agradecer, a que se fijen en lo que significa esa ocupación del Corazón de Jesús que me ha descubierto el Evangelio.

Primeramente fijaos en que no digo oír, sino escuchar, que es oír con interés, con atención, con gusto.

Y después, en que añado esta palabra: siempre.

Mirad tres cosas que no las hace nadie en el mundo: escuchar siempre, escuchar a todos y escuchar todo.

Ni el curioso fisgón, por más interés que tenga en enterarse de todo, ni el amante más firme, por más deleite que tenga en oír hablar a quién o de lo que ama, pueden llegar a poseer toda la fuerza de cabeza, de corazón y hasta de sensibilidad que se necesita para escuchar siempre, a todos y todo.

Y sin embargo nuestra sensibilidad, nuestro corazón y nuestra cabeza reclaman, piden con exigencia siempre un oído benévolo.

Decidme que hay un hombre de saber que no encuentra oídos que recojan sus enseñanzas, que hay otro de corazón ardiente que no halla quien quiera recoger sus cuitas, y que hay otro que sufre enfermedades y quebrantos sin poder depositar el ¡ay! de su lamento en un oído compasivo, y yo os diré que ese sabio y ese enamorado y ese dolorido no escuchados son los hombres más desgraciados de la tierra.

La soledad, la aterradora soledad, perdería la mitad por lo menos de sus temores si los que la sufren encontraran quien se pusiera a escucharlos.

Almas ganosas de practicar la caridad, ¿no os habíais parado a meditar en el bien que podríais hacer sólo poniendo vuestro oído a disposición de los desgraciados?

Pero ¡qué pena!, la experiencia me ha llevado a hacer un balance entre dolores y alegrías, cariños y odios, anhelos y temores que contar y oídos que se pongan a escuchar y he deducido que hay un gran exceso de aquéllos sobre éstos.

¡Qué bien se entiende ahora la exclamación de los libros santos repetida bajo mil formas!: Escúchame: ¿a quién iré, Señor, que me escuche?, ¡y qué bien se entiende así la ocupación del Corazón de Jesús que me descubría el Evangelio: escuchar siempre!

Sí, sí, sabedlo bien, almas que tenéis que contar y no encontráis quien os escuche, sabed que en el Sagrario hay quien escuche siempre, a todos y todo.

Siempre

¿No os acordáis? Lo mismo buscaban al Maestro a la caída de la tarde para que bendijera y curara a los enfermos, que a media noche cuando dormía, para que aplacara los vientos y los mares; lo mismo le pedían en las glorias de la transfiguración que en las ignominias de la calle de la Amargura y del Calvario… Siempre, siempre escuchaba.

Y a todos

Lo mismo escuchaba al discípulo ingenuo que preguntaba para saber, que al fariseo taimado que le preguntaba para cogerlo, lo mismo a la muchedumbre que lo cercaba, que al cieguecito mendigo del camino, lo mismo a su Madre Inmaculada, que a la mujer pecadora; escuchaba a todos.

Y todo

La petición de la fe que hablaba sólo con el corazón en la hemorroísa y en Zaqueo y el grito de la blasfemia del Pretorio, el Hosanna del triunfo y el falso testimonio, el llanto reprimido de los penitentes y el mal pensamiento de sus enemigos. ¡Todo, todo lo escuchaba!

Y así sigue viviendo en el Sagrario: escuchando a todos y todo.

Con una gran diferencia entre su manera de escuchar y la que suelen tener los hombres; éstos acostumbran a escuchar sólo con el oído, a lo más con la cabeza.

El Jesús de nuestro Sagrario escucha con su oído, porque lo tiene para eso, y con su cabeza, porque siempre atiende y entiende, y sobre todo con su Corazón…, ¡porque ama…!

Y ¡pensar que en muchos Sagrarios no hay quien le hable…! ¡Qué bueno es!

¡Qué bueno es!

¡Madre Inmaculada, Ángeles del Sagrario, hablad mucho al oído de vuestro Jesús en esos Sagrarios de tan doloroso silencio!

 

Monseñor Manuel González García, Obispo de los Sagrarios Abandonados