Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 12

Vida de abandono confiado en el Sagrado Corazón de Jesús

(Continuación)

Frutos admirables del abandono en el Sagrado Corazón de Jesús

Por el abandono confiado al Corazón de Jesús, merecemos:

1. que pague todas nuestras deudas pasadas;

2. que complete nuestros trabajos presentes;

3. que nos prepare para el porvenir una abundancia cada vez mayor de gracias para la gloria de su Padre y la salvación de las almas.

A. Tenemos tres deudas que pagar: deuda de reparación por todas nuestras faltas; deuda de reconocimiento por las gracias recibidas; deuda de caridad hacia Dios y los hombres, según esta palabra de San Pablo: Nemini quidquam debeatis nisi ut invicem diligatis (Rom., XIII, 8), es decir, la consumación de todo el bien que debemos hacer por Dios y por nuestros hermanos.

La deuda de reparación, si nos entregamos a Él, Nuestro Señor quiere pagarla de los tesoros de su Corazón, como vimos anteriormente.

La deuda de reconocimiento que Santa Gertrudis cuidaba tanto de pagar totalmente como se ve en tantos pasajes en que llama en su ayuda al reconocimiento de todas las criaturas, especialmente de todos aquellos que lean su libro en todos los tiempos; esta deuda, Jesús la paga enteramente por nosotros por medio de las acciones de gracias de su Corazón Eucarístico, como lo hizo en particular con Santa Gertrudis, por su deuda de reconocimiento hacia María.

Y por último, la deuda de caridad, Nuestro Señor también la pagará sacando del tesoro de su Corazón riquezas antiguas y nuevas, es decir, sus méritos y los de su Iglesia en el Antiguo y Nuevo Testamento, que cubrirán sobradamente todo el presupuesto que tenemos que proporcionar para su servicio.

B. Por lo que toca al presente, oraciones, acciones de gracias y sacrificios, Jesús los completará para que nada les falte, especialmente en los siguientes cinco puntos, que llenará para nosotros como las seis tinajas de Cana, usque ad summum:

Nuestras faltas: Como lo manifestó a Santa Gertrudis, las cubre con los méritos de su santa vida; las hace servir a nuestro progreso espiritual por la práctica de la humildad, por los esfuerzos que hacemos para corregirnos; quiere hacerlas servir de un modo admirable para el consuelo de su Corazón, haciéndonos reparar con una intención universal todas las faltas de nuestros hermanos. Ofrecázmosle estas faltas con un abandono lleno de confianza, para que las use según los designios de su Misericordia: También las considera de algún modo, como sus propias faltas, Verba delictorum meorum, puesto que somos uno con Él, y Él se encarga de sacar de ellas grandes bienes, según la esperanza que hubiéramos puesto en Él, misericordia quemadmodum speravimus.

Nuestros defectos: Santa Gertrudis había encargado a una de sus Hermanas que rogase al Señor para que corrigiera uno de sus defectos. La Hermana recibió de Nuestro Señor esta respuesta: «De la misma manera que un campo cubierto de abono se hace cada día más fértil, así el conocimiento que Gertrudis tiene de sus defectos le hace sacar frutos más deliciosos. Además los cubro, con la abundancia de mis dones y con el tiempo los transformaré en otras tantas virtudes.” (I, 20)

El Corazón de Jesús quiere obrar lo mismo con todos sus amigos. Él es muy solícito de sus intereses y los de su Iglesia, los cuales parecen menoscabar nuestros defectos; dejémosle obrar: Él lo reparará todo. ¡Solo humillémonos, cada vez que sentimos nuestros defectos, trabajemos fielmente en corregirnos, y después confianza y abandono! Él impedirá con otros dones, que resulte de ellos, algún daño, y de a poco si le dejamos obrar, los transformará en virtudes. Pero es preciso dejarlo obrar, recordémoslo bien. Nuestras inquietudes, nuestras agitaciones, quizás nuestro rencor y nuestras impaciencias contra nosotros mismos, detienen el trabajo de su Misericordia y nos hacen más daño que nuestros defectos. ¡Abandono y confianza! ¡Dejemos obrar, dejemos obrar!

Nuestras negligencias: Hemos visto en pasajes anteriores cómo Jesús se encarga de reparar todas nuestras negligencias en la alabanza, en el amor, en el celo, etc., en proporción a nuestra confianza en Él, y ya meditamos esta palabra tan consoladora del Salvador a Santa Matilde: «Prefiero, y mucho, que Mi amor repare tus negligencias, más bien que tú misma, a fin de que Yo tenga todo el honor y toda la gloria”.

Nuestras omisiones: El buen Maestro ya nos enseñó anteriormente cómo quiere suplir por ellas.

Nuestras impotencias: Recordemos, sobre esto, la recomendación de Nuestro Señor a Santa Gertrudis: «Te doy mi Corazón para que supla todas tus impotencias… Usa mi Corazón, y tus obras encantarán la vista y el oído de la divinidad».

Nuestras inutilidades: No hay nada, hasta nuestras horas de sueño, hasta nuestros años pasados sin uso de razón que Nuestro Señor no quiera utilizar, si se los ofrecemos con confianza, aplicándoles el mérito de Su vida, como vimos antes.

En resumen: Jesús vela con paternal solicitud por nuestros intereses, que no forman sino una cosa con los suyos. Arrojemos todos nuestros cuidados en su divino Corazón, Él se encargará de todo. Dejémosle obrar y nada nos faltará. Abandonémonos con confianza a su Providencia tan sabia y buena, y Él lo adaptará todo al cumplimiento de sus designios misericordiosos sobre nosotros.

C. En fin, para el porvenir, abandonémonos completamente a Nuestro Señor, de modo que pueda hacer de nosotros lo que quiera para cumplir con sus designios, hará de nosotros prodigios de su gracia, a fin de indemnizarse de tantos corazones que se cierran para no recibir sus dones, que atan los brazos de su Misericordia. Pues es por esencia el bien difusivo de Sí mismo. Su Amor necesita amar; Su Bondad necesita dar. Confiémonos, abandonémonos, y crecerá siempre su amor hacia nosotros, su liberalidad para con nosotros aumentará cada día, hasta que pueda coronarnos de su Misericordia.

CONCLUSIÓN PRÁCTICA

Santo Tomás dijo: «Fiducia est spes roborata ex aliqua convictione, v. g. Deum esse meum amicum…». La confianza, pues, es el fruto de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ya que esta devoción nos hace necesariamente amigos suyos de corazón.

He aquí como llegamos, por grados sucesivos, a toda la confianza que Nuestro Señor espera de nosotros:

I. VIRTUD DE CONFIANZA: Puede tener diversas medidas progresivas:

A. La Fe: Dios mío, confío en Ti para obtener la gracia y la gloria tanto como la fe me lo enseña.

B. Las circunstancias providenciales: Tengo confianza en Ti, tanto como demuestras desearlo por estas circunstancias providenciales; por ejemplo, al imponerme este cargo, quieres que confíe en Ti para desempeñarlo; enviándome esta compañía edificante, quieres que confíe en Ti para aprovecharla, etc.

C. El atractivo de la gracia: Confío en Ti tanto como tu gracia me invita a hacerlo; por ejemplo, esta mañana en la Santa Comunión, me has invitado a progresar en la humildad; confío plenamente en Ti, sabiendo que «aquél que ha comenzado en Mí, consumará».

D. La voluntad de Dios: Quiero confiar en Ti, tanto como quieras.

E. El progreso indefinido en la confianza: Aumenta en mí, sin cesar, la fe y la confianza.

lI. DON DE CONFIANZA: Señor, otórgame para Tu Gloria, este don especial de confianza que está sobre toda virtud, que es el regalo más dulce que puedes hacer a tus amigos de corazón.

La virtud es, en parte, el resultado de nuestros esfuerzos; el don proviene puramente de Dios, y Santa Gertrudis atribuye sus gracias al don de la confianza mas que a la virtud.

III. ESTADO DE CONFIANZA: Señor, colócame muy particularmente en el estado de confianza, que es el más glorioso para Ti y el más útil para tu Iglesia.

Este estado comprende tres disposiciones:

1. El Amor puro: No quiero sino a Dios solo; me olvido completamente de mí mismo;

2. El abandono puro: Me abandono enteramente a Dios para que haga de mí todo lo que quiera.

3. La pura confianza: por lo tanto, tengo plena confianza en Él, puesto que se trata de Él, como fin y como medio, y que yo mismo desaparezco por completo: Él no puede faltarse a Sí mismo.

Así se obtiene esta medida de confianza, a la cuál nada falta y que glorifica plenamente al Corazón de Jesús, cumpliendo en nosotros y por nosotros sus designios de Misericordia suprema.