Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 10

La vida de amistad con el Corazón de Jesús según Santa Gertrudis

Un día Nuestro Señor mostró a Santa Matilde cómo su hermana Gertrudis hacía todos sus actos en presencia de Jesús, dirigiendo su mirada, a menudo hacia el rostro amabilísimo del Salvador y encontrando toda luz y toda gracia en su amistosa conversación. Como Matilde admirase este espectáculo; el Señor le dijo: «Mi elegida, como tú ves, vive siempre Conmigo y solo trata de agradar a mi Corazón. Apenas conoce algo de mi Voluntad, al instante la ejecuta con solicitud, y enseguida busca conocer mis otros deseos, para satisfacerlos sin demora. Así, toda su vida se la pasa amándome y agradándome en la más perfecta amistad”.

REFLEXIONES

Sólo el amor hace fácil el camino. Vivir con Jesús en una relación amistosa es el medio de expandir nuestro corazón para poder correr por el camino de sus Mandamientos; ésta fue toda la vida de Santa Gertrudis, y es la gran enseñanza de su libro; es el deseo más querido del Corazón de Jesús y el consuelo más dulce que podemos brindarle.

¿En qué consiste esta vida de amistad con Jesús? «La amistad, dice Sto. Tomás, consiste en un amor mutuo basado sobre la comunicación de bienes». Es preciso, pues, en primer lugar, dar al Corazón de Jesús amor por amor. ¡Oh Jesús! Tu Corazón, bien lo veo, me ama en todos los sentidos. Este Corazón se consume por el amor. Quieres que se nos represente coronado de llamas para mostrarnos que es un fuego de amor. Me amas tanto, a pesar de mis infidelidades, que si yo tuviera tan solo una pequeña parte de este amor en mi corazón, explotaría de inmediato…Y yo también, te amo, me doy todo a Ti, que eres todo amor; sin retorno, sin miedo, sin reservas me abandono a tu Amor. ¿Qué podré temer? Mi confianza, fortalecida por el pensamiento de que eres mi Amigo, será, en adelante, inquebrantable. Esperaré todo de mi Amigo, sabiendo que su riqueza y su poder son iguales a su bondad. Por débil que sea, llegaré a ser casi omnipotente, pues todo lo puedo en tu Amor que me fortalece.

He aquí la amistad recíproca. Se funda, ya dijimos, en la comunidad de bienes. Jesús me dio todo y yo le doy todo: «Todo lo que tengo es tuyo, me dijo, omnia mea tua sunt«. Es preciso que pueda decir: todo lo que tienes es mío. Et tua mea sunt. Me dió su vida, sus obras, sus méritos, su Sangre, su divino Corazón; me da su Cuerpo, su Alma, su Divinidad; quiere darme su gloria, su felicidad, su eternidad. Es preciso que yo también le dé mi vida con todos sus detalles, mi corazón con todos mis afectos, mi alma con todas sus potencias, yo mismo y todo lo que hay en mí, para el tiempo y para la eternidad. El cambio debe ser completo. ¿Y no voy así ha ganarlo todo? Sí, Señor, toma todo y dalo todo. Toma todas mis miserias, porque verdaderamente no tengo en mí otra cosa, y después dame tus bienes, tanto como quieras, para hacerme semejante a Ti, amable y amante como Tú, a fin de que tu Corazón pueda regocijarse en amarme tanto como desee, y en verse amado por mí tanto como tiene derecho a esperarlo!

Para que la amistad sea perfecta, es preciso después, según el Doctor Angélico, que el amigo haga consistir toda su felicidad en vivir con su amigo: Convivit ei delectabiliter. ¡Jesús cumple tan bien esta condición de la amistad! Coloca todas sus delicias en vivir con los hijos de los hombres; quiere estar con nosotros hasta la consumación de los siglos. Ha fijado «sus ojos y su Corazón en medio de nosotros.” Vive siempre en nuestros tabernáculos para ser el compañero de nuestra vida. ¡Oh Señor! ¡Ponga yo toda mi felicidad en hacerte compañía! No deseo sino una cosa, y la pediré sin cesar a tu amor: habitar siempre a tu lado con el cuerpo o, al menos, con el corazón, ver siempre tu belleza y tu gloria eucarística, alimentarme siempre de tu amor, pasar mis días y mis noches, cuando Tú quieras, obedeciéndote, contemplándote, amándote!

La última condición de la amistad es participar, por la más completa simpatía, de todas las alegrías y penas de quién se ama, formar un corazón con él: Concordat cum ipso. Jesús llenó admirablemente esta condición. Tomó nuestro corazón de carne, forma un solo corazón con nosotros; se hizo cargo de todos los intereses de la Humanidad, haciéndose hombre; tomó sobre Sí todos nuestros dolores; experimenta por simpatía más intensamente que nosotros, todas nuestras alegrías. ¡Oh Señor, que yo también experimente lo mismo! ¡No quiero sentir más que por tus sentimientos, quiero que haya entre tú Voluntad y la mía, no solo unión, sino unidad! ¡Oh Jesús, sea tu Corazón el mío! ¡Que tus dolores sean mis dolores, y tus alegrías mis alegrías! ¡Oh amistad! ¡Oh unión! ¡Oh unidad! Salga yo enteramente de mí para pasar todo a Jesús: Él és mi centro, ¡Él és mi todo! ¡Oh Jesús, Tú en mí y yo en Ti! ¡Haz que permanezcamos siempre unidos ahora y en la eternidad!

Esta vida de amistad ha sido toda la vida de Gertrudis y en todo su Libro, el Corazón de Jesús solo trata de atraernos a esta vida. Un día, mientras Gertrudis hacía la lectura pública sobre este mandamiento: «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas«, una de las Hermanas, conmovida por el sentido con que leía, dijo al Señor: «¡Ah, Dios mío! ¡Cuánto te ama Gertrudis, cuando nos enseña con tanto fervor que es preciso amarte!»

El Señor respondió: «Desde su infancia la eduqué para mi amistad y la mantuve pura hasta el día en que se unió a Mí con plena voluntad; entonces me di todo a ella… y ahora con todo tipo de delicias, descanso en su corazón. El Amor me ha unido inseparablemente a ella, como el fuego une el oro y la plata para formar una mezcla preciosa».

Gertrudis lo ha dado todo a Jesús, Quien pudo decir con complacencia:» Ella me dio todos sus bienes sin ninguna reserva para la salvación del universo”; y Jesús en retorno, todo se lo da: su Corazón divino, que llega a ser el corazón de Gertrudis; sus Llagas Sagradas, que imprime en ella; sus méritos, que ella emplea a su gusto; su Poder, de que ella pudo disponer como soberana.

Toda la vida de Gertrudis está bajo la mirada de Jesús; como vimos al principio, no encuentra sino placer en El y le dice a Jesús: «Nada puedo encontrar en la tierra que me agrade, sino solo a Ti, oh mi Señor, fuente de dulzura».

Y Jesús responde: «Y no encuentro en el cielo ni en la tierra, ninguna delicia sin ti, porque te asocio por el amor a todas mis alegrías, de manera que no gozo ninguna dulzura, que no goce contigo, y cuando más dulzura hay para Mí, mayor fruto hay para ti».

He aquí como el corazón de Gertrudis llega a ser para Jesús una morada agradable donde encuentra sus delicias, donde le gusta descansar tanto de día como de noche. Jesús también le dio su Corazón de un modo particular y hay unidad de corazón entre ellos, en la simpatía más completa.

Esta vida de amistad, dijimos, es lo que el Corazón de Jesús desea más de nosotros. Jesús nos abrió su Corazón para esto y quiere en adelante llamarnos sus amigos. Está a la puerta de nuestro corazón y toca: «Hijo mío, dame tu corazón». Nos llama con ternura infinita; tiene necesidad de nuestro amor para contentar su Amor; puede decirse que mendiga nuestra amistad. ¡Démosle lo que desea! Vivamos con Él esta vida de amistad que es tan gloriosa para Dios, ya que hace triunfar su Poder y exalta su Misericordia; es, además, tan dulce y fructuosa para nuestras almas, y nos da tanto crédito para obtener gracias para nuestros hermanos: «Una sola alma querida por Dios, decían los Ángeles a Santa Gertrudis, tiene más poder sobre el Corazón divino que miles y miles de otras, para obtener la conversión de los vivos y la libertad de los muertos.”

CONCLUSIÓN PRÁCTICA

 1. En nuestras súplicas, hablemos a Jesús como a un amigo: Amice, commoda mihi tres panes… Ecce quem amas, y tendremos derecho a esperar todo de su amistad; ab amicis maxime speramus. (Santo Tomás).

2. Nuestras acciones, hagámoslas todas para el servicio de Jesús, nuestro amigo, pensando que en el prójimo es a El a quién servimos: mihi fecistis.

3. En nuestras penas, pensemos que hacemos compañía a Jesús, nuestro amigo; que la cruz es el don de su Amor y la prueba del nuestro: su amistad endulzará, ennoblecerá, santificará todas nuestras penas.