PLEGARIA PARA EL DÍA DE LA ASCENSIÓN

PLEGARIA PARA EL DÍA DE LA
ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR A LOS CIELOS

¡Oh nuestro Emmanuel!, finalmente has llegado al término de tu obra y hoy mismo Te vemos entrar en tu reposo.

Al comienzo del mundo, empleaste seis días para disponer todas las partes del Universo creado por tu poder; después de lo cual entraste en tu descanso.

Más tarde, cuando resolviste levantar tu obra caída por la malicia del ángel rebelde, tu amor Te hizo pasar, durante treinta y tres años, por una sucesión sublime de actos por medio de los cuales se obraron nuestra redención y nuestro restablecimiento en el grado de santidad y de gloria del que habíamos caído.

No olvidaste nada, ¡oh Jesús!, de lo que había sido propuesto en los consejos de la Trinidad, ni de lo que los Profetas habían anunciado de Ti.

Tu Ascensión concluye la misión que has cumplido en tu misericordia. Por segunda vez entras en tu descanso; pero entras con la naturaleza humana, llamada en adelante, a tomar parte en honores divinos.

Ya forman parte en las filas de los Coros Angélicos los Justos de nuestra raza que has sacado del Limbo, pues, al marcharte nos dijiste: “Voy a prepararos un lugar”.

Confiados en tu palabra, resueltos a seguirte en todos tus misterios que has cumplido sólo por nosotros, a acompañarte en la humildad de Belén, en la participación de los dolores del Calvario, en la resurrección de Pascua, aspiramos a imitarte también, cuando llegue la hora, en tu triunfante Ascensión.

Entretanto, nos unimos a los Coros de los Apóstoles que saludan tu llegada, a nuestros Padres cuya multitud te acompaña y te sigue.

Fija tu mirada en nosotros, ¡oh divino Pastor! no ha llegado aún el momento de juntarnos.

Guarda a tus ovejas y ten cuidado que no se extravíe ninguna, ni sea ingrata a tus cuidados. Conociendo nuestro fin y firmes en el amor y la meditación de los misterios que nos han conducido al de hoy, tomamos a éste como objeto de nuestra espera y el término de nuestros deseos.

Constituye el fin de tu venida a este mundo, por medio de la cual descendiendo Tú hasta nuestra bajeza, nos ensalzaste hasta hacernos partícipes de tu grandeza, y haciéndote hombre nos hiciste dioses a nosotros.

¿Pero qué haríamos aquí abajo hasta que nos juntásemos contigo, si la Virtud del Altísimo que nos habéis prometido no descendiese pronto sobre nosotros, si no nos diese paciencia en el destierro, fidelidad en la ausencia y el amor suficiente para sostener un corazón que suspira por poseerte?

¡Ven, pues, oh Espíritu divino! No nos dejes languidecer, a fin de que nuestra mirada permanezca fija en el Cielo donde Jesús reina y nos espera, y no permitas que el mortal sea tentado, en su cansancio, a arrastrarse por un mundo terrestre en el cual Jesús no se dejará ver en adelante.