DEL BREVIARIO ROMANO: FIESTA DE SAN ATANASIO

DÍA 2 DE MAYO

SAN ATANASIO

OBISPO, CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA

San Atanasio, el defensor acérrimo de la verdad católica, era natural de Alejandría; fue ordenado diacono por Alejandro, obispo de esta ciudad, al cual sucedió en el episcopado.

Ya antes le había acompañado en el Concilio de Nicea, donde de tal suerte atacó la impiedad de Arrio, que se atrajo el odio de sus partidarios, hasta el punto que desde entonces no cesaron de ponerle asechanzas.

En un concilio reunido en Tira, compuesto en gran parte de obispos arrianos, sobornaron a una mujerzuela para que acusara a Atanasio de haberla violado, abusando de su hospitalidad. Atanasio fue introducido, juntamente con el presbítero Timoteo, el cual fingiendo que él era Atanasio, dijo a la mujer: “¿Acaso soy yo quien me hospedé en tu casa? ¿Yo te violé?” A lo cual ella con gran insolencia, respondió: “Tú me forzaste”; y, afirmando esto con juramento, invocaba la autoridad de los jueces para que vengaran tan gran crimen. Pero descubierto el engaño, fue confundida la impudencia de la mujer.

Los arrianos también acusaban a Atanasio de haber dado muerte al obispo Arsenio, al cual guardaban oculto; en prueba de ello, presentaron a los jueces la mano de un difunto, afirmando que Atanasio, para utilizarla en artes mágicas la había cortado a Arsenio; mas este pudo escapar de su prisión, y presentándose ante todo el concilio, puso de manifiesto el nefando crimen de los enemigos de Atanasio.

Y como también esta defensa la atribuyeran los arrianos a las artes ocultas de Atanasio, no cesaron de maquinar contra su vida. Condenado al destierro, fue relegado a Tréveris, en la Galia.

Después, en tiempo del emperador Constancio, que favorecía a los arrianos, se levantaron contra él increíbles contrariedades, sufrió terribles pruebas y recorrió numerosos países, siendo arrojado varias veces de su iglesia y restablecido otras tantas en la misma por la autoridad del Papa Julio y del emperador Constante, hermano de Constancio, así como por los Decretos del concilio de Sárdica y del de Jerusalén, teniendo siempre a los arrianos por enemigos. Para librarse de su persecución y salvar su vida, se ocultó por espacio de cinco años en una cisterna seca, que sólo conocía un amigo suyo que le procuraba ocultamente lo necesario para su sustento.

Muerto Constancio, Juliano el Apóstata, que le sucedió en el imperio, permitió que los Obispos desterrados volviesen a sus iglesias, y Atanasio fue recibido en Alejandría con grandes honores.

Pero no mucho después, por obra de los mismos arrianos fue perseguido por Juliano, y se vio obligado de nuevo a huir. Y como los satélites del emperador le buscasen para darle la muerte, ganando con la barca en la que huía la parte opuesta del rio, se presentó intencionadamente a los que le perseguían, y al preguntarle ellos si Atanasio estaba muy lejos, respondió que estaba allí cerca. Así pudo huir de sus perseguidores, y volviendo a Alejandría, permaneció oculto en aquella ciudad hasta la muerte de Juliano.

Poco después, levantándose contra él otra persecución en Alejandría, se ocultó por espacio de cuatro meses en el sepulcro de su padre. Finalmente, salvado por la protección divina de tantos y tan grandes peligros, murió en Alejandría en su propio lecho, en tiempo de Valente.

En vida y en muerte resplandeció por sus grandes milagros. Escribió muchos libros llenos de piedad y de ciencia para ilustrar la fe católica, gobernando santamente la Iglesia de Alejandría por espacio de cuarenta y seis años en medio de las más grandes vicisitudes.

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Del Evangelio según San Mateo, X: 23-28: Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a otra. En verdad, os digo, no acabaréis de predicar en las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre. El discípulo no es mejor que su maestro, ni el siervo mejor que su amo. Basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo ser como su amo. Si al dueño de casa llamaron Beelzebul, ¿cuánto más a los de su casa? No los temáis. Nada hay oculto que no deba ser descubierto, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que os digo en las tinieblas, repetidlo en pleno día; lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas. Y no temáis a los que matan el cuerpo, y que no pueden matar el alma; mas temed a aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena.

Homilía de San Atanasio

Apología de su huída

Ordenaba la ley el establecimiento de ciudades de refugio, en donde los que de un modo u otro eran buscados para hacerlos morir, pudieran estar seguros.

Además, el Verbo del Padre, que antes había hablado a Moisés, llegada la plenitud de los tiempos habló de nuevo diciendo: “Cuando os persiguieren en una ciudad, huid a la otra”. Y poco después añadió: “Por lo tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el profeta Daniel, está en el lugar santo, el que lee, entienda. Entonces, los que están en Judea, huyan a los montes; y el que en el tejado, no descienda a tomar alguna cosa en su casa; y el que en el campo, no vuelva a tomar su túnica”.

Instruidos sobre estas cosas, los Santos han hecho de ellas la regla de su conducta. Porque el Señor, aun antes de su Encarnación, había ordenado ya por sus ministros lo que ordena aquí por sí mismo, y sus divinos preceptos conducen a los hombres a la perfección; ya que es absolutamente necesario observar todo lo que Dios ordena. Y a fin de darnos ejemplo, el mismo Verbo, hecho hombre para salvarnos, no creyó indigno de Él ocultarse como nosotros cuando se le buscaba, ni huir evitando las asechanzas cuando se le perseguía.

Mas cuando hizo que llegara la hora por Él mismo señalada, en que deseaba sufrir corporalmente, se entregó espontáneamente a los que le armaban emboscadas.

En cuanto a los santos, como eran hombres, debían conformarse con la regla que habían recibido del Salvador (porque, en efecto, Él fue quien los enseñó a todos, antes y después).

Por consiguiente, huían para escapar legítimamente a los perseguidores, y mientras estos los buscaban, permanecían ocultos. Ignorando el tiempo fijado por la Divina Providencia, no querían entregarse temerariamente a sus pérfidos enemigos.

Por otra parte, sabiendo lo que dice la Escritura, que Dios tiene en sus manos la suerte de los hombres y que Él es el dueño de la muerte y de la vida, consideraban más prudente perseverar hasta el fin, yendo de una parte a otra, como dice el Apóstol, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, soportando la indigencia y las angustias, errantes en las soledades, ocultándose en el fondo de antros y cavernas; y esto hasta que llegase para ellos la hora de su muerte, o hasta que Dios, que había determinado esta hora, los consolase con su palabra y detuviese los complots de los malos, o, finalmente, hasta que los entregase en manos de los perseguidores, según que pluguiese a su Divina Providencia.