PADRE JUAN CARLOS CERIANI: FIESTA DEL DULCÍSIMO NOMBRE DE JESÚS

FIESTA DEL DULCÍSIMO NOMBRE DE JESÚS

En aquel tiempo, llegado el día octavo en que debía ser circuncidado el Niño, le fue puesto por nombre Jesús, nombre con el cual fue llamado por el Ángel antes que fuese concebido.

En los días que siguen al misterio de la Circuncisión del Señor la Santa Iglesia celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús… dulcísimo Nombre…

En su Circuncisión se le puso por nombre Jesús. Acerquémonos al Señor, y celebremos con una gran alegría interior la fiesta de su Santo Nombre. ¡Son tantas y tan maravillosas las cosas que este Nombre nos dice!…

En el Nombre de Jesús debe doblarse toda rodilla en el Cielo, en la tierra y en los infiernos; y todas las lenguas deben confesar que Jesús es el Señor.

Señor, Señor nuestro, ¡cuán admirable es tu Nombre sobre toda la tierra!, dice el Salmo del Introito. Ante tu Nombre —Nombre exaltado por el Padre sobre todas las criaturas— deben prosternarse los Cielos y la tierra, todas las inteligencias y voluntades, todos los siglos y culturas.

Sólo en Él está la salvación. No se ha dado a los hombres más que este Nombre, por el cual puedan salvarse.

Jesús es la piedra desechada por los constructores, pero convertida por Dios en piedra angular, fundamental, del edificio. Y nadie puede colocar otro fundamento, fuera del que ya está puesto, que es Cristo Jesús.

El Nombre de Jesús es un Nombre concebido en el Cielo y traído de allí por el Ángel Gabriel, para comunicárselo a la Virgen en el instante de la Anunciación: Darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús.

Es un Nombre grávido de sentido, pues Jesús significa Salvador, Redentor. El Nombre de Jesús significa un ser lleno de infinito amor misericordioso hacia nosotros, lleno de un amor que le hace fuerte para sacrificarse por nosotros, indignos.

El Nombre de Jesús significa un ser dotado de infinita grandeza, un ser cuyo sacrificio posee un valor infinito, una fuerza capaz de elevarnos hasta Dios, de reconciliarnos con Él, de reparar nuestra deuda para con Él, de hacernos participantes de la misma vida divina y, por lo mismo, hijos y herederos de Dios.

Señor, Señor nuestro, ¡cuán admirable es tu Nombre sobre toda la tierra!

Es admirable sobre la tierra, pues en ella realiza innumerables prodigios, como nos lo prueba la misma Epístola de hoy; y porque derrama sobre las almas untorrente de luz, de vigor, de gracias, de virtudes y dones sobrenaturales.

Es también admirable en el Cielo, pues en él aplaca la justa ira de Dios contra nosotros.

Señor, Señor, ¡cuán admirable es tu Nombre!

El Nombre de Jesús nos revela al Hijo del Padre hecho Hombre por nosotros.

Nos revela al Supremo y Eterno Pontífice que se ofreció una vez en la Cruz al Padre por nosotros y que sigue ofreciéndole todos los días su Sangre, sobre nuestros altares, por nuestra salvación.

Nos revela al Dios-Hombre, que junta en su Persona la majestad de la Divinidad con la pequeñez de la naturaleza humana, elevando a ésta hasta la sublime plenitud de la vida divina y haciéndola participante del poder y de la gloria de Dios.

El Nombre de Jesús nos hace conocer los tesoros y la grandeza de la humanidad redimida. Nos hace conocer los tesoros de verdad depositados en la Iglesia.

Nos hace conocer los Sacramentos y las delicias de los Santos y Bienaventurados en la gloria.

Jamás se dará a criatura alguna un nombre tan santo y tan sublime como este de Jesús.

Quien dice Jesús, dice lo más digno de ser amado, lo más dulce que pueda ofrecerse a los hombres.

Quien dice Jesús, dice la más sincera y cordial alegría que pueda dársenos y que pueda gozarse sin sobresalto alguno.

Nombrar a Jesús es recordar la inmensa y dichosa felicidad que nos produce el amor divino.

Este amor vigila y se desvive por nosotros; cuida constantemente, en el Cielo y desde el Tabernáculo, de nuestros intereses ante el Padre; se nos entrega todos los días, en el Sacrificio Eucarístico, para que, alegres en su Nombre, adoremos a Dios, le amemos, le demos gracias, le aplaquemos y obtengamos de Él gracia y perdón.

Quien nombra a Jesús, nombra al resplandor del Padre y, al mismo tiempo, recuerda al obediente, al bondadoso y humilde Jesús del Evangelio, a nuestro consuelo, al padre de los pobres, al Buen Pastor.

Quien dice Jesús, dice bondad sin límites, plenitud de verdad, de fuerza moral, de ternura, de castidad, de nobleza de alma; dice, en fin, culmen y compendio de todas las bellas cualidades.

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En las Lecciones de los Maitines de hoy, sacadas de los Hechos de los Apóstoles, se refiere la curación de un paralítico de nacimiento, efectuada por San Pedro en el Nombre de Jesús: No tengo oro ni plata; pero te doy todo lo que tengo: en Nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda.

La estupefacción producida por este prodigio, es aprovechada por San Pedro para hablar al pueblo y predicarle a Jesús. Las autoridades le llaman al orden y lo encarcelan.

Entonces Pedro habla con nueva energía ante las mismas autoridades: Príncipes del pueblo y ancianos de Israel, escuchad. Ya que en este día se nos pide razón del bien que hemos hecho a un hombre tullido, y se quiere saber por virtud de quién ha sido curado, declaramos a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que la curación se ha hecho en nombre de Nuestro Señor Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis, y Dios ha resucitado. En virtud de tal nombre se presenta sano ese hombre a vuestros ojos. Este Jesús es aquella piedra que vosotros desechasteis al edificar, la cual ha venido a ser la principal piedra del ángulo. Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro. Pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos.

Es admirable el fundamento de la respuesta de San Pedro, diciendo que Este Jesús es aquella piedra que vosotros desechasteis al edificar, la cual ha venido a ser la principal piedra del ángulo…

Nuestro Señor es la piedra escogida. Pero esta piedra puede ser de salvación o de condenación…, piedra fundamental, piedra angular… o piedra de escándalo y de tropiezo…

Lo mismo sucede con aquellos que construyen y edifican “al margen” de Nuestro Señor; porque, aunque no lo hagan contra Él, quien no está con Él está contra Él.

A todos aquellos, individuos, familias o sociedades que no han querido fundarse en Jesucristo y le dijeron: no queremos que reines sobre nosotrosnos escandalizamos de tu doctrina, de tus mandamientos, de tu moral, de tus exigencias… a todos ellos Nuestro Señor responde a su turno: La piedra que los constructores desecharon, se ha convertido en piedra angular. Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos… Todo el que caiga sobre esta piedra, se destrozará, y a aquel sobre quien ella caiga, le aplastará…

Lo cual nos recuerda el famoso y gran texto del Profeta Daniel II, 34-35 y 44-45:

Tú estabas mirando, cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano de hombre, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó. Entonces quedó pulverizado todo a la vez: hierro, arcilla, bronce, plata y oro; quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar rastro. Y la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra (…) En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos, y él subsistirá eternamente: tal como has visto desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro.

Este último reino, dice la profecía, lo fundará establemente cierta piedra desprendida de un monte, sin manos, esto es por sí misma, sin que ninguno la desprenda ni le dé movimiento, impulso y dirección; la cual bajará a su tiempo directamente contra la estatua, le dará el más terrible golpe que se ha dado jamás; y quebrantará los reinos, y aun los hará polvo. Y la piedra misma se hará al punto un monte tan grande que ocupará toda la tierra.

La piedra de que habla esta profecía, es evidentemente el mismo Jesucristo hijo de Dios e hijo de la Virgen María.

Mas como todos los cristianos sabemos y creemos de la misma persona de Jesucristo, no una sola, sino dos venidas infinitamente diversas, para no confundir lo que es de la una, con lo que es de la otra, tenemos una regla cierta e indefectible dictada por la lumbre de la razón, y también por la lumbre de la fe; es a saber, que si lo que anuncia una profecía para la venida del Señor no tuvo lugar en su Primera Venida, lo esperamos seguramente para la Segunda, y se cumplirá con toda plenitud.

De la similitud de la piedra se habla en Isaías, capítulo XXVIII, versículo 16, se trata de la primera venida del Mesías, y de las consecuencias terribles para Israel. He aquí que yo pondré en los cimientos de Sión una piedra, piedra escogida, angular, preciosa, fundada en el cimiento.

Y ya en el capítulo octavo, versículo 14, el Profeta había anunciado que el Mesías sería para el mismo Israel, por su incredulidad y por su iniquidad, como una piedra de escándalo, y como un lazo y una ruina para los habitadores de Jerusalén.

Mas esta piedra preciosa, electa, probada, que bajó al vientre de la Virgen, no bajó con ruido ni terror, sino con una blandura y suavidad admirable; no bajó para hacer mal a nadie; sino antes para hacer bien a todos porque no envió Dios su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Decía el mismo Señor, que lo envió Dios a este mundo, y lo puso en él como una piedra angular y fundamental, para que sobre esta piedra, como sobre el más firme y sólido fundamento, se levantase hasta el cielo el grande edificio de la Iglesia.

Así, lejos de hacer daño alguno con su caída, o con su bajada del cielo, lejos de caer sobre alguna cosa, y quebrantarla con el golpe, fue por el contrario, y lo es hasta ahora una piedra bien golpeada y bien martillada; una piedra sobre quien cayeron muchos, y caen todavía con pésima intención, con intención de quebrantarla, y desmenuzarla, y reducirla a polvo, si les fuese posible.

¿Nunca leísteis en las Escrituras la piedra, que desecharon los que edificaban, esta fue puesta por cabeza de esquinael que cayere sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella cayere, lo desmenuzará?

Vemos aquí claramente las dos venidas del Mesías, y las consecuencias inmediatas de la una y de la otra; lo que ha hecho y hace con ella, y lo que hará cuando baje del monte contra la estatua, y contra todo reino que en ella se incluye.

De manera, que habiendo bajado la primera vez pacíficamente, sin ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes que le quisieron dar, se puso luego por base fundamental del edificio grande y eterno que sobre ella se había de levantar.

El que cree, de fe no fingida, el que quiere de veras ajustarse a esta piedra fundamental, el que para esto se labra a sí mismo, y se deja labrar, devastar y golpear, etc., este será salvo seguramente, este es una piedra viva, infinitamente más preciosa de lo que el mundo es capaz de estimar; éste se edifica sobre fundamento eterno, y hará eternamente parte del edificio sagrado.

Al contrario, el que no cree, o sólo cree con aquella especie de fe que sin obras es muerta; mucho más, el que persigue a la piedra fundamental y da contra ella, él tendrá toda la culpa, y a sí mismo se deberá imputar todo el mal, si se rompe la cabeza, las manos y pies; el que cayere sobre esta piedra será quebrantado.

Esto es puntualmente lo que sucedió en primer lugar a los judíos. Después de haber reprobado y arrojado de sí esta piedra preciosa, después que, no obstante su reprobación, la vieron ponerse por cabeza de esquina, después que vieron el nuevo y admirable edificio, que a gran prisa se iba levantando sobre ella, llenos de celo, o de furor diabólico, comenzaron a dar golpes y más golpes a la piedra fundamental, pensando romperla, despedazarla, y hacer caer sobre ella misma el edificio que sustentaba; mas a poco tiempo se vio verificada en estos primeros perseguidores la primera parte de la profecía del Señor; el que cayere sobre esta piedra será quebrantado.

Salieron de aquel empeño tan descalabrados que ya ha visto y ve todo el mundo el estado miserable en que han quedado; no han podido sanar, ni aun volver en sí en tantos siglos.

Siguieron los Gentiles el mismo empeño, armados con toda la potencia de los Césares; y habiéndola golpeado en diferentes tiempos, y cada vez con nuevo furor, nada consiguieron al fin, sino hacerse pedazos ellos mismos, y servir, sin saberlo, a la construcción de la obra, labrando piedras a millares, para que creciese más presto.

Después acá, ¿qué máquinas no se han imaginado y puesto en movimiento para vencer la dureza de esta piedra? Tantas cuantas han sido las herejías. ¡Con qué empeño, con qué obstinación, con qué violencia, con qué artificios, con qué fraudes han trabajado tantos para arruinar lo que ya está edificado sobre piedra sólida!

Pero todo en vano. No han sacado otro fruto de su trabajo que el que se lee en Jeremías; trabajaron para proceder injustamente, y la piedra ha quedado incorrupta e inmóvil como el edificio que sustenta.

Lo que sobre esto han visto los siglos pasados, eso mismo en sustancia deberán ver los venideros, tal como está escrito.

Pero llegará tiempo, y llegará infaliblemente, en que esta misma piedra, llenas ya las medidas del sufrimiento y del silencio, baje segunda vez con el mayor estruendo, espanto y rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la grande estatua.

Entonces se cumplirá con toda plenitud la segunda parte de aquella sentencia, el que cayere sobre esta piedra será quebrantado, y sobre quien ella cayere lo desmenuzará; y entonces se cumplirá del mismo modo la segunda parte de la profecía de Daniel: cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra, e hirió a la estatua en sus pies de hierro, y de barro, y desmenuzó los reinos, etc.

No tenemos, pues, razón alguna para confundir un misterio con otro. Aunque la piedra en sí es una y la misma, esto es, Cristo Jesús; mas las venidas, o caídas, a esta nuestra tierra son ciertamente dos, muy diversas entre sí, y tan de fe divina la una como la otra. Así, lo que no se verificó, ni pudo verificarse en la primera, se verificará infaliblemente en la segunda.

Mas en los días de aquellos reinos el Dios del cielo levantará un reino, que no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo; sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre.

Todo esto es necesario que se verifiquen algún día, pues hasta el día de hoy no se han verificado, y es necesario que se verifiquen cuando la piedra baje del monte; pues para entonces están todas anunciadas manifiestamente.

Entonces deberá comenzar otro nuevo reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual reino lo formará la misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua; la piedra que había herido la estatua, se hizo un grande monte, e hinchió toda la tierra.

A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade luego después de la evacuación de todo principado, potestad y virtud, que es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies.

Desde Nabucodonosor hasta el día de hoy, se ha venido verificando puntualmente lo que comprende y anuncia esta antiquísima profecía.

No falta ya sino la última época, que nos anuncia esta misma profecía con quien concuerdan perfectamente otras muchísimas.

Los siervos de Cristo, los fieles de Cristo, los amadores de Cristo, deben desear en esta vida, y clamar día y noche con el profeta: ¡Oh si rompieras los cielos, y descendieras! A tu presencia los montes se derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ardieran en fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre.

A estos se les dice en el Salmo segundo: Cuando en breve se enardeciere su ira, bienaventurados todos los que confían en él.

A estos se les dice en el Evangelio: entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Cuando comenzaren pues a cumplirse estas cosas, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención.

A estos les dice en el Apocalipsis; Y el Espíritu, y la Esposa dicen: Ven. Y el que lo oye diga: Ven.

A estos en fin les dice San Pablo: esperamos al Salvador nuestro Señor Jesucristo, el cual reformará nuestro cuerpo abatido, para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso, según la operación con que también puede sujetar a sí todas las cosas.

Estos, pues, nada tienen que temer, deben arrojar fuera de sí todo temor, y dejarlo para los enemigos de Cristo, a quienes compete únicamente temer, porque contra ellos viene.

Dichosos mil veces los que creyeren; dichosos los que le dieren la atención y consideración que pide un negocio tan grave; ellos procurarán ponerse a cubierto, ellos se guardarán del golpe de la piedra, ciertos y seguros que nada tienen que temer los amigos; pues sólo están amenazados los enemigos.

Las Profecías no dejarán de verificarse porque no se crean, ni porque se haga poco caso de ellas…; todo lo contrario…, precisamente por eso mismo se verificarán con toda plenitud…

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Jesús, nuestro todo! Por Él poseemos la salvación.

En su Nombre suplicamos al Padre, y somos escuchados.

En Nombre de Jesús administra sus Sacramentos la Santa Iglesia.

En Nombre de Jesús recita también su oración.

En Nombre de Jesús santifica y bendice las casas, los campos, los enfermos.

En Nombre de Jesús conjura a los malos espíritus y los pone en fuga.

En Nombre de Jesús exhorta sobre el moribundo con el: Proficiscere, anima christiana…, Sal, alma cristiana, y con el Requiem æternam, Señor, dale el descanso eterno.

Todo el que invocare el Nombre del Señor, se salvará.

¡Jesús, nuestro Todo!