PADRE LUIS FALLETTI: NUESTROS DIFUNTOS Y EL PURGATORIO

LA ARMADURA DE DIOS

NUESTROS DIFUNTOS
Y EL PURGATORIO

PARTE PRIMERA

Antes y después de la muerte

De las apariciones y manifestaciones de las almas de los difuntos

Es demasiado importante esta materia para que, según la Sagrada Escritura y la Tradición, no digamos algo de ella.

Es creencia común en todos los pueblos de la tierra, así civilizados como salvajes, que las almas de los difuntos pueden, después de su muerte, retornar a la tierra, revestirse de una forma corporal, terrestre o aérea, hacer ruido, emitir gemidos, hablar, pedir alguna cosa.

En todo esto no hay nada opuesto a la sana razón; nada que sobrepuje la Omnipotencia divina.

«Dios puede, ciertamente, dice Bergier, después que un alma está separada del cuerpo, hacerla reaparecer, devolverle el cuerpo que dejó, o revestirla de otro y ponerla en estado de desempeñar las mismas funciones que desempeñaba antes de la muerte. Este modo de instruir a los hombres y hacerlos dóciles es uno de los más maravillosos que Dios pueda emplear».

La Sagrada Escritura no ofrece duda ninguna sobre semejante cuestión. En ella vemos a Moisés que con Elías aparece en el Tabor en la Transfiguración de Jesús; al profeta Jeremías, que, acompañado del santo pontífice Orías, lleva una espada de oro a Judas Macabeo, asegurándole que con aquella arma enviada por Dios exterminará a los enemigos del pueblo de Israel. También leemos en el libro de los Reyes que el profeta Samuel se apareció, después de su muerte, a la pitonisa de Endor, profetizó y predijo a Saúl las calamidades que habían de caer sobre él.

«No hay nada de absurdo, dice San Agustín a este propósito, en creer que Dios haya permitido a su profeta el aparecer ante el rey para inspirarle un saludable temor«.

¿Y no se lee en el Evangelio que en la muerte del Salvador «los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos de Santos que dormían resucitaron y salieron de los sepulcros, entraron en la Santa Ciudad y aparecieron a muchos»?

La Tradición no admite duda alguna tampoco sobre la aparición de los difuntos, y los Padres de la Iglesia, como un San Agustín, un San Gregorio Magno, un San Paulino, Eusebio, Orígenes, Teodoreto y otros muchos, no dudan en referir y tener por verdaderas tales apariciones.

San Agustín, para no citar más que a este Santo Doctor, en su carta al Obispo Evodio, habla de un joven que, después de su muerte, apareció a varias personas; «por el cual hecho, añade él, permitió Dios que el pueblo se confirmase más y más en la idea que se tenía de su santidad».

Y en otro lugar narra de San Félix, mártir, que se apareció a los habitantes de Nola, ciudad asediada por los bárbaros.

¡Cuánto más explícita y afirmativa es la doctrina del Santo Obispo de Hipona a este propósito! Consultado por el obispo de Upsala, que le preguntaba:

«¿Qué se debe pensar de ciertas apariciones de personas muertas hacía algún tiempo, las cuales han sido vistas ir y venir por sus casas, como cuando todavía estaban vivas?, y ¿qué caso se debe hacer de ciertos ruidos que se oyen con frecuencia, durante la noche, en ciertos lugares?; porque recuerdo haberlo oído decir a algunas personas, y entre otras a un santo sacerdote que fue testigo de tales extraordinarios hechos».

El santo Doctor responde con no menos sabiduría que prudencia a las dudas de su amigo en una larga carta que compendia su doctrina en este punto:

«Es preciso no creer demasiado fácilmente en apariciones y manifestaciones de muertos; y, por otra parte, tampoco rechazarlas todas sin examen como imposibles, porque es cierto que Dios las ha permitido en ciertas ocasiones, como podéis verlo en las Sagradas Escrituras».

En otro escrito trata más extensamente la misma cuestión:

«Yo estoy bien lejos de creer que sea cosa ordinaria y natural el que los muertos aparezcan en medio de los vivos y se tomen interés por sus asuntos; porque si les fuese concedida esta licencia, no pasaría ninguna noche sin que yo viese a mi madre, que durante mi vida no se separó nunca de mí y me siguió por mar y tierra hasta las más remotas regiones. Yo no creo, pues, que esta suerte de acontecimientos entre en el curso ordinario de las cosas; pero estoy convencido de que la Omnipotencia divina puede algunas veces permitirlos por razones llenas de sabiduría y que nosotros debemos respetar… Sí, los muertos pueden aparecerse a los vivos no por su propia virtud, sino por poder divino».

Santo Tomás de Aquino es de la misma opinión que San Agustín; y con tanta mayor facilidad admite esta doctrina cuanto que él mismo fue favorecido con tales extraordinarias apariciones que lo pusieron en relación con el mundo de los espíritus.

Reconoce, sin embargo, una diferencia entre las apariciones de los elegidos y las de las almas del Purgatorio: los primeros pueden aparecerse a los vivos cuando ellos lo desean, mientras que las segundas no pueden hacerlo sino con el permiso de Dios.

El Cardenal San Roberto Belarmino, en una notable disertación que tiene por título: Si las almas de los difuntos pueden salir de su estancia, establece como cierta e indudable la doctrina de las apariciones, aunque en algunos casos particulares uno puede engañarse y tomar por realidad lo que es un simple efecto de imaginación o de charlatanería.

No de otra manera piensa el sapientísimo Cardenal Bona, el cual, en su célebre tratado del Discernimiento de los espíritus, confirma y explana la enseñanza de San Agustín, y añade: «Es cierto que existen verdaderas apariciones, por medio de las cuales los hombres son instruidos y llevados a la virtud; pero existen también falsas, con las cuales Dios permite que alguna persona permanezca engañada…»

En apoyo de tales verdades, así universalmente confirmadas, nosotros podemos además añadir las decisiones de multitud de Concilios particulares, las lecciones del Breviario, los testimonios de la pintura, de la escultura y de un gran número de apariciones referidas en la historia, pero las pasamos en silencio, en gracia de nuestros lectores, siéndoles suficiente cuanto llevamos dicho.